lunes, 16 de noviembre de 2009

Cuando pasa la Virgen de la Victoria

Pasado el mediodía, el sol vespertino del Señor va llamando por lo profundo a los oficios: Una Virgen va repartiendo majestad. Ya ha salido a la calle. Un lance a la verónica con las muñecas del viento, un destello de empaque y pureza sobre la memoria fiel. Despacio. Con el temple de la derrota sobre los relojes, la entrega de Cronos ante un bello nombre de mujer. Avanza. Renace el encanto, reverdece la gracia. Y la tarde temprana, parece mentira, nos transporta a otra época, y todo es real. Llega un perfume a tabaco y jazmín y rielan resplandores juanmanuelinos sobre la superficie brillante cuando viene cruzando el río. Abriendo el corazón de la ciudad. Y no sabemos si es producto de una ensoñación del alma. Pero es real. Se abren los espacios de la ciudad como las aguas del Mar Rojo en el Éxodo, para que el ápice de la elegancia –hecho paso de palio- rompa con suavidad las llagas del olvido. Y tenemos la sensación de que con nosotros están todos los personajes que faltan para hacer única a la Ciudad sin tiempo[1]. Una Sevilla de ópera, que la ganó la Virgen. Dulcemente inclinada su cabeza, pasea… su serena dignidad. Es su grandeza prodigio, que siendo canon de clasicismo, todo cerca de Ella parece más hermoso de lo que sería coherente pensar. Es un contraste dulce, que integra, que no separa, todo lo hace más bello con su sola visita. Suerte de paradoja que nunca desprecia, siempre bendice. Un hoy quimérico, un ayer y un mañana. La sencillez de la autenticidad. Por eso Ella nunca podría salir a la calle otro día que no fuese Jueves Santo. Y así es como su presencia hace a la tarde conjugar todas las personas, todos los tiempos, del verbo suspirar. Y suspira San Telmo queriendo abrazar de cerca la feminidad del dolor. Y suspiran los pináculos de la alta Caridad. La Torre del Oro mira y se mira, se sueña y sueña…




Cómo no acordarme de ti, amigo Antonio, cuando pasa Ella. Tú me enseñaste el acogimiento sincero del regazo de tu Virgen, tú me enseñaste a amarla desde tan pequeño… Tú me enseñaste el delicado misterio que esconde la pronta tarde del Jueves Santo. Y me enseñaste a querer con pasión, de unas raíces que nada ni nadie arranca, el gran secreto de amor que es la Semana Santa de Sevilla. El amor de un pueblo. Tú me enseñaste los detalles invisibles, las horas que buscan otras horas, los tesoros que guardan las vísperas, y la profundidad de los significados interiores que adentran la tradición que luego desborda… Tú me enseñaste a tu Virgen en la penumbra íntima de la iglesia, tú y yo solos con Ella ¿te acuerdas? Me regalaste tantas cosas… aquella vieja foto suya en blanco y negro con la rosa de plata de tu victoria [2]. La misma flor que después llegó dos veces a la Catedral aquella Semana Santa. Y tú me enseñaste a decir adiós a la vida, aquel Jueves Santo que tuviste que abandonar la manigueta izquierda trasera de su paso para marchar despacio al cielo.


Y aun pareciendo mentira nada lo es cuando pasa Ella. Todo es real. Como la oración secreta de quien nunca llegó a vestir el raso morado de tu túnica. Caprichos del destino. Por eso evoca el aire tu realeza cada año al ver venir tu paso de palio. Oda escarlata del dolor lleno de gracia. Con la naturalidad de tu luz que vence vaivenes preñados de recuerdos, sin peligro alguno de envanecernos. Madre mía, Virgen de la Victoria.


No hay tiempo sin tiempo, ni ayer, ni hoy, ni mañana cuando Tú pasas.
sumhis


[1] Sevilla, Ciudad sin tiempo, así la llamó el gran director de orquesta italiano Alberto Zedda, al referirse a ella en la obra Sevilla, un nombre en la ópera tras conocerla para situarse en el escenario de Carmen de Bizet, Don Giovanni y las Bodas de Fígaro, de Mozart, etc.
[2] Rosa de plata que ganó el grupo joven de la Hermandad de la Cigarreras en el concurso Cruz de Guía de Radio Sevilla en la cuaresma de 1976; y que ese mismo año procesionó también con la Virgen de los Dolores y Misericordia de la Hermandad de Jesús Despojado –finalistas de aquel programa radiofónico-, por cortesía de estos jóvenes. Uno de los tres integrantes de aquel grupo era Antonio Flores Gil, in memoriam.