jueves, 19 de marzo de 2009

Una vez al año

“Algo de ayer queda en el día de hoy”.
Pablo Neruda. Las manos del día

La primavera no nace el veintiuno de marzo, sino el Domingo de Ramos. Antes sólo percibiremos indicios, señales, presagios… en fin emociones que a veces estremecen como la misma primavera. Pero, en sí, no comienza hasta que un paso de palio azul y plata sale a la calle, y una Virgen siembra retama de ilusiones. Y entonces sabemos que con Ella llega la felicidad.

El pasado año faltaba un nazareno, que no pudo estar en las filas que preceden su discurrir, pero allá por la calle Feria tuve la emoción de verlo, dejó en mí dos tesoros: su hija vestida de nazarena para que me acompañase en la fila cogida de la mano y su medalla para que fuese a la catedral colgada de mi cuello. La mezcla de nostalgia, plenitud y pena era difícil de describir, pero de aquel instante sólo pude sacar un esbozo de sonrisa “no te preocupes que Él y Ella están siempre con nosotros.” “Sí, pero el resto del año es espera de este día” -por ello mismo, porque este día siempre vuelve y porque Ella está en la calle no puede haber ya quien llore-. Imagino que cuando luego la vio venir desde la esquina de Relator mientras los rayos del sol reflejaban la marca de su belleza comprendió que su alegría es eterna. Que algo de anteriores domingos de ramos quedaba en aquél, y algo de aquél en el que viene llamando a la puerta de nuestro espíritu. Etérea cadencia de encadenadas emociones que flotará por siempre más allá de nuestras pequeñas vidas. Qué gran misterio que llorando por la muerte de su hijo transmita tanta beldad, ternura, esperanza… y, porque no decirlo, alegría. Recordando aquel instante los versos salieron solos como burbujas de botella de un vino espumoso.


¡Cómo envidian desde marzo
Los cielos de primavera
Imitar con sus colores
Los azules de la Hiniesta!

Llegó el día, el mediodía
Y se cerraron las puertas
Azules sueñan los ojos
En el hogar la trastienda
De preparativos, nervios
Túnicas planchadas puestas
Despedidas de emoción
Recuerdos de faltas cerca,
Cerca la tarde de siempre
Vuelve a nacer como nueva.


Se retiran visitantes
Y antes de posar serena
La Virgen queda unas horas
Antes del sol de la gesta
Sola en el mediodía
Tensos calores afueras
Van llegando nazarenos
Arroyos de amor, promesas.

Unos visten ilusiones
De estreno, límpidas, nuevas
Otros repiten el sueño
A consumar experiencia,
Otros recuerdan quien falta,
A cumplir sus penitencias
Otros piensan con angustia
cuantas estaciones quedan
Y otros sueñan esperanzas
De estar cada vez más cerca
Y así se llena la iglesia
Azul, blanco, primavera.


Evocación de la tarde,
Que hace de alma a la piedra
Camino, huella de plata,
Señales, caminar de cera
que a las callecitas blancas
azules llenan de estrellas
predicado de dulzura
Duque Cornejo, Morera
Moravia, Juzgado, Lira
Bordador Rodríguez Ojeda,
Estrecheces de la gracia
Pasaje Mallol, Hiniesta
Calles de felicidad
Visten a Ella de Reina.


En el altar la Gloriosa
Mira de reojo inquieta
Que se va a quedar solita
Porque a Ella no la esperan
Y llega la hora grande
Y al fin se abren las puertas
Porque una vez al año
Toca besar la belleza
Del lapislázuli y la plata
Angosta ojiva le espera
La primera levantá
En las naves de la iglesia
Suena Hiniesta Coronada
Y la Gloriosa recuerda
el año setenta y cuatro
Despacito hasta la puerta
Ese palio azul y plata
Las rodillas van a tierra
Que traspasando el dintel
Llega la luz y la besa.

Otra vez nació el milagro
Y la primera saeta
Y llora San Cayetano
Una nueva primavera
Y suena Estrella Sublime
Notas, piropos, cadenas
Que la Flor de la Retama
Ilumina la vivencia
Placita de San Julián
Flores a su presencia
Llega a la Puerta de Córdoba
Y las murallas la besan
Revirando con su gracia
A la calle Macarena
Suspiran ya los geranios
Desbordados de las rejas
Y la cal de las paredes
Entre añoranzas inquieta
Que por Fray Diego de Cádiz
para besarla se estrechan .

Un río de raso azul
Va bordando callejuelas
Y al llegar al Pumarejo
Cristalizando la yedra
La expresión de la medida
Obra de arte perfecta
de elegancia y de finura
Se muda en fragua flamenca
Cuando se para su paso
Y le cantan más saetas
Pasodoble a sus andares
Tornando en arrabalera
y sigue después caminando
Con pizca de sal y pimienta.

Mientras, tiembla Relator
Cual surtidor de poemas
Porque una vez al año
La belleza pasa cerca
Y en la esquinita de Parras
Entre suspiros se aleja
El ángel que le llegó
Por la calle Macarena
Mensajero de esperanza
Cicerone en la inocencia
Para advertirle que el Cristo
De Buena Muerte y Sentencia
Resucitará tras tres días
Después de la gran tormenta.

Y se acerca a aquella esquina
Adonde el tiempo se frena
Entre mecidas las marchas
En una revirá eterna
Acogiéndola el amor
del sol de la calle Feria
Calares de cromatismo
En una paleta excelsa
mientras avanza la calle
Entre compases, cadencias,
Ya se van arrodillando
Los Hércules de la Alameda
Luego sigue caminando
Mas los árboles la besan
Se encamina por Trajano
Y se le encienden las velas
Llega a la Plaza del Duque
Donde Farfán compusiera
Para gloria de la Virgen
La marcha en la servilleta
Con la inspiración la música
Se repite para Ella
Para la Virgen más guapa
A La más Sublime Estrella
Y luego campanilleros
Armonía sortijera
Y se empina la Campana
Porque una vez al año
Renace la primavera
En dos se partió la tarde
En dos la partió la Hiniesta
Atraviesa melodías
Entre las marchas más bellas
Y luego avanza por Sierpes
Dejándole el sol la huella
Al declinar con su sombra
En su carita morena.

Al arribar por la Plaza
Tiembla la acera derecha
Portal de la Casa Grande
Porque se acerca la Dueña
La tarde se pone roja
En el Ayuntamiento Ella
Sevilla ya está en su centro
Llega el ocaso y la besa
Se arrodillan los maceros
Estremeciendo la tierra
Y al andar por la Avenida
Venus parece una estrella
Y sueña la catedral
El azogue de su esencia
Del atardecer cautivo
de altas naves de piedra
que las puertas del gran templo
chicas quedan ante Ella
como chica la Giralda
Ante tan alta belleza.

Desde allí a San Julián
Un recoger las promesas
Largo se hace el camino
Cansadas están las piernas
Mas las cuentas del rosario
Intactas vienen con Ella
la Cuesta del Bacalao
Sube sin par la belleza
Francos y Plaza del Pan
Un pentagrama de seda
Al llegar Puente y Pellón
De espaldas la Alfalfa sueña
Con el recordar la Niña
Con su voz pura flamenca
Se vuelve para cantarle
Imaginando a su vera
Invisible y de puntillas
Empinándose hacia Ella.

Encarnación, Amarguras
proa a San Pedro serena
Santa Ángela de la Cruz
que fue bautizada ante Ella
melancólicos sonidos
aviva, sueña, recuerda
sobrevenida otra esquina
El azahar la acoge, la besa
El olor de los naranjos
que florecen para Ella
el más puro escalofrío
enfila Bustos Tavera
Ya repican por San Marcos
Las campanas en su espera
y llegan los callejones,
Resucitada belleza
De balcones abrazados
Siete esquinitas lentas
Hasta volver a su casa
Tras muchas horas en vela
Porque salió tempranito
Y vuelve de noche plena.

Por fin te vuelven la cara
Y tus hermanos te rezan
Salve Flor de la Retama
Y desde el altar lo contempla
La Gloriosa emocionada
Salve por quienes no están
Y en la gloria nos contemplan

¡Como fracasan los cielos
Cada nueva primavera
Imitando la alegría
De ver venir a la Hiniesta!


Va por ti, Jose, hermano

sumhis

domingo, 1 de marzo de 2009

De profundis

A Migue, por las emociones compartidas bajo las trabajaderas


En la profundidad de lo oscuro llega algo de luz. Se ha parado el paso y tras los respiraderos se ve poco. Con respiración sudorosa y agotada se aspira olor del incienso y atisban llamas de ciriales y luces del último tramo. Suena el martillo y rachea el paso de costaleros por la oscuridad de Sales y Ferré en la noche del miércoles. Suena la música de capilla. Camina el Santísimo Cristo de Burgos.



Más negra está aún la plaza cuando llega Él. Allí nada se ve, salvo la piel de la víctima entre la luz de los cuatro hachones. Argüelles enmudece y, de tarde en tarde, es tan hondo el silencio que llega a interrumpirse levemente por compases de marchas fúnebres que provienen de las estrecheces de Alcaicería y aledaños. Todo en su justa medida, como la corta dimensión del cortejo hace que la Madre camine cerca del Hijo, que todos estemos más juntos, que seamos una familia, una hermandad a la vieja usanza como los grabados del XVII y XVIII, retrotrayendo la urbe al pasado hermoso de lo que fue, a la nostalgia de un ayer sepia.



Es entonces, cuando los costaleros rezamos bajo el paso, cuando viene a la mente la letra de aquel salmo atribuido al Rey David: "Desde lo más profundo grito hacia ti, Yahvéh” y al corazón aquellos versos de Dámaso Alonso que impresionaron en la juventud, y que parecen aprendidos para recitarlo en aquel momento dirigiéndoselo al que iba arriba:


“desde el pozo
de la miseria,
mi corazón se ha levantado hasta mi Dios,….

¡Déjame, déjame fermentar en tu amor,
deja que me pudra hasta la entraña,
que se me aniquilen hasta las últimas briznas
de mi ser,
para que un día sea mantillo de tus huertos!”.

La cruz se va haciendo más pequeña camino de la parroquia y se pierde en la opacidad del azabache. Suenan las llaves de San Pedro en el mismo momento en que llegan a la plaza los ciriales que preceden a Ella.

Ella está sola y cuando llega todo lo absorbe. Nada más podemos ver, en la noche que precede a la noche terrible. Sola, sola, sola. La noche más oscura con la luna más clara sobre el burdeos terciopelo. Ella va sola con su dolor. La Mujer de los ojos clavados en el cielo.

La saeta parece acompañada por unas notas de seguidilla acariciando las cuerdas de la guitarra del vecino Niño Ricardo. Sobre su cabeza la imagen de Santa Isabel con su hijo Juan jugando con Jesús queda tan lejos…

Sola, sola, sola…

Se halla en la profundidad del dolor, en los sótanos, por eso mira hacia arriba. Sin esperanza alguna, sin explicación a lo que le está pasando.

Busca con la mirada el cielo, pregunta y la angustia le hiere porque todavía no le ha llegado la respuesta. En los tejados de los edificios han dejado la solución. Mas Ella no la ve. En los zócalos de las alturas. Ángeles del pasado que nos animan, jilgueros que saben la verdad de la historia y, sobre todo, las campanas que repicarán dentro de cuatro días, como la del alto campanario de San Pedro donde, cuentan, habita un fantasma, un fantasma enamorado.

Ese espíritu romántico que quería cruzar su mirada con la de sus benditos ojos prendado de su belleza. Pero no había forma porque Ella los tenía amarrados a las alturas, perdidos en el limbo del sufrir. Para ello, subió al campanario y esperó el miércoles santo, pero a la salida de la cofradía se dio cuenta de que el techo de palio le impedía alcanzar tan hermosos ojos para perderse en ellos. Pensó en que a la vuelta, ya de madrugada, le sería más fácil cuando viniese de frente. Desde la máxima altura la ve venir al desembocar de Sales y Ferré en la lejanía y luego va bajando escalones, mientras se acerca el paso, para buscar sus pupilas bajo bambalinas. Tras mucho intento, sólo consigue su fin unos segundos, cuando al desembocar por la margen izquierda de la plaza llega y se acerca a la puerta antes de revirar para la entrada de espaldas al pueblo; en el interior, una nube negra y profunda reza con los antifaces puestos y escasa visibilidad. Él se asoma en el balconcillo más bajo de la torre y desde allí se cruza con sus ojos clavados y atormentados. Solo son segundos, pero allí permanece encerrado con tal de repetir la experiencia soñada cada miércoles santo.

Curiosamente, cuando esto ocurre toda la cofradía también está encerrada en el interior de la parroquia esperándola a Ella entre rezos patéticos, entre tinieblas, y con los cirios encendidos para dar calor al frío tenebroso del instante. Tras la entrada la acogemos con todo el amor del mundo, con todo el consuelo, con toda la esperanza de saber que su hijo resucitará, pero no hay forma humana de hacerle bajar la mirada. Se va quedando aún más sola, y marchamos a casa.

Mientras dormimos pensando en la grandeza del día que amanecerá mañana, Ella no puede dormir en el interior de San Pedro, en la nave del Evangelio, tras la candelería consumida. Ella siente el pánico del día que llegará con la luz. En la profundidad. No entiende nada. Tiene a su hijo junto a Ella, pero está muerto en la cruz, y ella lo vela, la soledad inunda su alma y busca inútil una respuesta con sus preciosos ojos colgados del cielo y sus oídos cerrados. La noche es larga en la vigilia, y cerca, muy cerca, a escasos metros, la torre es recorrida por un halo níveo, una taciturna sombra entre escalones que empaña de vaho los cristales, por un espectral vacío que suspira la espera de un año entero para intentar consolar a quien no puede escuchar, a quien no ve, a quien no vive en sí, para que recupere la vida, la ilusión, para anunciarle la sorpresa del amanecer del tercer día. Ese ánima encerrada en la torre permanecerá hasta el alba orando por Ella, entre el frío de cuarzo de las viejas piedras, en el silencio. Rezando por su amor imposible, por la Palma de su consuelo y su paz, por Ella, la Madre de Dios, la Mujer de los ojos clavados en el cielo.


sumhis