lunes, 25 de enero de 2010

Esquina de la Alameda

“Dichosos vosotros por lo que ven vuestros ojos
y por lo que oyen vuestros oídos”.
Mateo 13-16


Estará allí. No faltará a la cita. Florecerá La Alameda con la luz de siempre, siempre nueva, y él estará allí aunque no le veamos. Se irá acercando la cofradía por las calles de la gloria, Relator, Feria, Correduría, como se irá acercando la primavera que va a nacer para encontrarnos a nosotros mismos. Cuando se tache el calendario de la cuenta atrás. Como aquel que él le hizo a su hijo alimentando la ilusión de la vez primera. Hace ya veinticinco años. Dijo Heráclito que nunca nos bañaríamos dos veces en el mismo río, así tampoco atravesaremos dos veces la misma Alameda. Ni siquiera nosotros somos los mismos, nuestras vidas pasarán como el recorrido de cera y pétalos, y habrá nuevos nazarenos, nuevas vidas, nuevos sueños y nos faltarán con quienes de niño las compartimos. Pero él no faltará donde siempre nos esperaba para estar con su hijo y con sus nietos, con las imágenes que se quedaron abandonadas en el hospital cuando partió al cielo, para que brille la luz del Domingo de Ramos con la intimidad de nunca y la verdad de siempre. Porque como dijo el poeta: la vida es una semana.


La Virgen vendrá llorando de lejos cuando ya estemos llegando, y será sueño y anticipo su mirada de miel… su presagio de cielo. Él nos estará esperando con el mismo amor que nos dio durante toda su vida. Y la cruz de caoba será campana que anuncie que estamos. Áurea espiga que al corazón amansa. Para que brillen hasta las nubes más opacas sobre el cielo que intenta imitar nuestro color. Cauce azul sobre las aristas más bravas de la memoria. Habrá que decirle a su nieto más pequeñito que esa estrellita que todas las noches brilla, y cuida de él, habrá salido a plena tarde…


Y cuando aparezca la silueta inerte del moreno Crucificado temblará el gozo de la ilusión intacta, y casi imperceptible, pero audible para el corazón, sonará una voz cantando una saeta en cuanto callen los tambores. Una saeta para nosotros, una saeta para su Buena Muerte. Una saeta de aquellas que, de joven, él cantaba, magia y pureza, alba fuente. Se moverá en su estatua Manolo Caracol para buscar el metal del que nace esa esencia, esa voz de madrugada, el flamenco invencible que de ella emana, asombrado de su verdad, de su duende… Y yo sabré que es él quien canta. Qué ojalá fuese un villancico –“alegría, alegría en Belén…”-, pero no: es tiempo de dolor y de muerte. Un dolor con esperanza, una muerte llena de fe. Crecer es despedirse, mas despedirse es volver. Mientras, los ángeles de naranjo de la canastilla dejarán escapar el olé de sus sentires como un eco suspendido en la desnudez de la tarde.


Luego, relucirán las maderas de las cruces de penitente como azabache cuajado de lágrimas. Y después, ya, arderán distintos los cirios, mirarán de puntillas los ojos esperándola, recordará la mente su simpar encanto, sentirá escalofrío la hora calma, lucirá el aire su perfil más noble, rememorando, imaginándola, presintiéndola, soñarán las golondrinas, vibrarán las entrañas de la ciudad milenaria, anhelará la luz la visibilidad del momento, emocionarán los compases que la anuncian, estremecerá la tierra y llorará el espíritu cuando llegue Ella.


Lloraremos al perfil de la Estrella Sublime. Con su belleza. Con su cara morena. Con la alegría de las bambalinas meciéndose en el aire mientras se arrodillan los maceros. Sin vivir en nos. No sabremos si él ha bajado del cielo o es que estamos en él por ir con quien vamos y saber quién allí nos acompaña. Con el cariño de siempre. Porque allí, en la esquinita de la Alameda, donde siempre la esperaba, viendo pasar a la Flor de la Retama y su divino Hijo muerto, aunque no le veamos, estará mi padre.

sumhis
Publicado en Boletín nº 75 de la Hermandad de la Hiniesta-Enero 2010