domingo, 18 de abril de 2010

Allí donde empieza y acaba el año

Como el mar. Al cabo de todo lo vivido, en la contraportada de las emociones, queda un paisaje, el espíritu fotoimpreso como una visión objetiva del mar. Y lírica. Sólo mar. La mente en blanco y el alma color de mar. Aroma de sal, lágrimas secas. Estelas doradas de Klimt, puntillista melancolía, resaca dulce de una mañana leyendo a Carpentier o Salgari, imaginando… o despertar de mayo en la cama de alguna playa con brisa que no levanta arena, a desnudo resguardo. Escuchando las olas tendido y entreabriendo los párpados al sol para ver tantos reflejos sobre el tapiz marino.
Así se muestra el ánima vencida por la gloria que ya es recuerdo. Una vez más todo vuelve a ser recuerdo y se muestran en locura de cuadros superpuestos, que de lejos simulan un lienzo de mar acorde, donde los azules son destellos y las olas estelas. Vivencias volviéndose melancolía. Las que más brillan son las últimas, pero junto a ellas encontramos aquellas imborrables que nacieron otras semanas santas de una misma vida. De un mismo cuadro. Pronto se irán apagando unas, otras atenuarán su resplandor y otras permanecerán intactas para siempre. En un todo inacabado, de presente y pasado vivo, de futuro cierto… Una obra inconclusa de mil matices en la que hay que acercarse mucho para notar las pinceladas, tanto que supone adorarlas, glorificar los detalles.
Y sobre todos ellos uno. Era muy tarde ya, y volvías a casa… Te recordaba hermosa, pero no tanto… Te soñaba tan bonita que, ingenuo de mí, olvidé la infinita realidad de tu belleza. Venías por calle Lira y ni en las oníricas esquinas de mis noches te contemplé más guapa. Absorto. Cera derretida, claveles abiertos, una mecida dulce… Nada. Sólo tu cara. No hallo manera de describirte. Quise grabarte en mi memoria y creí no poder. Ingenuo, ahora que todo acabó te veo sólo a ti, y a ti sola te distingo desde lejos sobre el mar. Así me di cuenta de que era ese el punto cero de un nuevo año, es allí donde acaba la ilusión y empieza. Quién sería capaz de pintarte. No bastaría la perfección de Miguel Ángel para lograr la luz mágica de tu mirada, no sería suficiente una mirada misteriosa de Vermeer, pues faltaría esa luz, ni la luz del pincel de Velázquez porque echaríamos dulzura en falta, ni acaso Botticelli ya que adoleceríamos de color, tampoco valdríanos el cromatismo de Derain, pues faltaría azul, ni el azul de Picasso o de Matisse; careceríamos, entonces, de gracia, ni con la gracia de Rafael o de Murillo bastaría… Faltaría siempre pasión, vida, alma, trascendencia… Quién pudiera pintarte. Quién pudiera pintar la cara de la Virgen de la Hiniesta cuando por los callejones vuelve a casa. Volvía llorando, como dijo aquel nazarenito de solo tres años, porque su Hijo está dormido y no despierta… Pero sí, sí despertará, como ahí, justo ahí, despierta el año…
Llegas, te acogemos. Te rezamos. Recordamos a los que fueron. Permaneces entre nosotros y, poco a poco, te vamos dejando sola. En la intimidad azul y plata. Amaneces. Al margen del bullicio, que se trasladará a otras calles. Y nos iremos olvidando de esa tarde primera en que la nueva estación llegó a los corazones empapados de ansia y espera. Te volvemos a ver en los oficios. Las horas graves. Con la candelería encendida nuevamente. Y llega la Pascua, desconcertante nostalgia y gloria. Y sigue siendo primavera cuando vuelves a tu altar de todo el año, para que nos arrodillemos ante ti. Y luego el Corpus, donde de reojos despides y recibes a la Gloriosa. El verano, tardes de calor y soledad, en la que visitarte es bendición íntima y blanca, escape de trastornos, hastíos, ausencias. Otoño nuevo, gestación de primavera. Y te vistes de negro para recordar a aquellos que te ven de cerca y hablan contigo. A ellos a quienes hablamos cada vez que estamos a solas. Más tarde, de celeste, Inmaculada y adviento; pasamos a felicitarte un día de navidad por el fruto bendito de tu vientre, y pronto te veremos de cuaresma anticipada vestida de hebrea o junto a tu Hijo en el altar de Quinario, esperando a que bajes para besarte la mano de reina. Septenario, emoción de vísperas contando las horas para verte sobre tu paso. Y poco después, ascendemos a la cima, descendemos a la desembocadura, al verte ante el presbiterio en la puesta de flores, adornada e impaciente por asomarte a la puerta. Mañana de Ramos, tarde de fiesta, luz en la calle, sublime Estrella, azahar al centro, primavera, Campana, Casa Grande, atardecer malva, azul hiniesta, y a los pies de la Giralda, de vuelta, camino de San Julián, aurora nueva.

Y así vas llegando, Torre de David, quién lo diría, tan nuestra… Por calle Lira. A casa. Puerta del Cielo. A ese momento, estela de plata del libro de la ilusión y la gracia… de la divina gracia. A ese instante en que el resto de las horas envidian el cobijo de la misma luna. A ese donde no sé si los sueños son o no sólo sueños. A ese eterno momento, Causa de Nuestra Alegría, donde yo no sé si acaba o empieza el año.

sumhis