domingo, 16 de octubre de 2011

Memoria de una madrugada de diciembre

“El Señor siempre contigo… ”

            Buscando  almas. Buscando el aire frío que en diciembre enaltecía la aurora por nacer, distinto de amaneceres de bronce que tanto vieron al Señor arribar, hálito último, por San Lorenzo. Salió en andas, de una puerta a otra. De la Basílica a la Parroquia. Algunas zancadas tan solo. Era aún de noche e íbamos a su casa a ver como la dejaría ausente por unas horas para volver a aquella en la que habitó por siglos. Se cumplían trescientos años de su bendita presencia en esa plaza, en ese barrio. Y nos acercábamos para ver con que velo de asombro le recibiría inquieto el relente de adviento.

Allí, apenas los vencejos cantaban aún, silencio, ansiedad contenida, fervor, espera… Cordones morados bajo los abrigos, la luna apurando el gélido acento de la hora, y la historia vino con guantes violetas para ponerse delante, para participar del secreto insomnio de la fugacidad, del instante.

Se abrieron las puertas antes, incluso, del celo benigno del lubricán; se abrieron las puertas y, pronto, todas las miradas confluyeron en su cara, allá donde la fe gravita; se abrieron las puertas y ya todo fue un suspiro.

Su pierna izquierda adelantada, su faz ennegrecida con la que nuestra generación se identificara, antes pues,  de que curaran su piel para que volviese a ser el Dios de nuestros abuelos. Su tez cetrina sesgaba  más indescifrablemente el aire en la tiniebla del invierno. Corona de espinas bordada, tronco reseco, carga de siglos. Todo el dolor del mundo sobre el hombro de este humilde vecino del barrio de San Lorenzo. Y su respiración dejaba vaho, lo juro, sobre el oscuro soporte de la  brisa.

Pero no hubo voz que saliese de su boca que no fuera paz. No hubo palabra carente de ternura. No hubo idea que no encerrara lección. No hubo esquirla en su corazón, ni sombra en su alma. No hubo otro mensaje que el del amor.

            Su padre adoptivo carpintero, su padre natural alfarero, que saldría de sus manos, esas que acarician la cruz…

Atravesó el pórtico de la Parroquia y se recogió en la habitación más interior de nuestro ser, en aquella donde descansa el tesoro secreto de las más hondas verdades. Y la halló como inició la eterna singladura de su vida: buscando almas.  Así lo grabó la memoria… la espina traspasada para siempre de cierta aurora fría de  un viernes de diciembre.


“Ali, hermana, para ti, con quien lo compartí”




sumhis 





NOTA: El diecinueve de diciembre de 2003 se trasladó el Señor del Gran Poder a la Parroquia de San Lorenzo a primerísima hora de la mañana para un Besamanos extraordinario como conmemoración del tercer centenario de la llegada de la Hermandad al barrio y a la parroquia de San Lorenzo Mártir, regresando a su Basílica la noche del mismo día.