sábado, 8 de septiembre de 2012

Setenta y cinco


“Mi Virgen”


Para ti al arrullo de la gracia la belleza,
adonde la nostalgia gravita en tu mirada
perdida entre varales, cinco surcos de plata
irisan tu carita, florecen alamedas.

Para ti el azul, bordado de luna, el azul,
eterna primavera, que nace de la ojiva,
el dolor y la gloria que a la vejez esquivan…
la rosa de cráter, de la memoria, eres Tú.

Para ti el laberinto que acaba en tu dintel,
al trío de violines, la cal de Calle Lira,
entero mi pasado del todo como fue,

nazarenito niño, la devoción, la vida,
ladera  la gracia diletante ante tus pies,
presagio de la estela… retama florecida.


sumhis

viernes, 23 de marzo de 2012

Tú lo sabes

Tú sabes la oda que acerca el aire en el tramo final de la espera. Presientes las trenzas de agua que engreídas espejean hacia tu orilla derecha. Entiendes de albores y vísperas, de recuerdos y anhelos.  El silente himno de la primavera y de la esperanza. Tú sabes que poco falta… Conoces cuanto darían los días lejanos por cambiarse por estos. Y como verdea la blanca clámide de los suspiros, cuando las alondras disfrazadas –mentirosas- sobrevuelan la torre cobalto de Santa Ana.  Comprendes cuánto cuesta levar anclas. Y brillan las pupilas ahora que descansan sobre la cubierta… Porque te es imposible olvidar… Porque llega el momento… sabes de una Virgen vestida  de hebrea con manto verde y sin estrellas, de duendes de barro que le cantan, de dragones sobre terciopelo, de la expresión de sus ojos y de su cara morena.

Sé lo que sientes. Lo dice el celo con que custodias la exactitud de las horas, el trasiego imperturbable de los días de marzo. Lo dice el trío de la marcha de Albero o el inicio de “Soléa dame la mano”, lo dice el azahar que floreció en los naranjos amargos de la calle Betis, y lo dicen los versos de Carlos Herrera, los terciopelos planchados y las capas blancas, el puesto de calentitos junto al puente y la Capillita del Carmen. Pero sobre todo, y por encima de todo, lo dice el aire.

El tiempo, tan despreciado y tan enaltecido,  es algo que no vale más que el amor a sus detalles. Se fuga, nos atormenta, nos hace soñar, vuelve, nos acoge, nos engaña… escapa. Dulces redes de pesca, inocentemente inútiles, si no anida la claridad en el espíritu del pescador. Cómo pensar en la eternidad sobre la brisa de la nueva primavera de Triana, sobre sus tejados y su aroma… Sobre la fugacidad.

La esperas, pues, con la ternura arrastrada de la marea, y sin dudar que llegará; con nombre de mujer, con la acogida de una madre, con la infinita gracia de saberte hijo de Ella. Porque tú sabes que a sus plantas se arrodilla un barrio y porque sin Ella el resto de las horas sólo sirven para contar lo que falta en volver a verla sobre el puente. De madrugada. Presumes que la ansiedad es el precio. No desveles nada a nadie. Tú lo sabes. Conoces  la carita de bonanza con la que el amanecer  -de ayer, de hoy y de siempre- espera risueño a la Esperanza de Triana.

sumhis

jueves, 1 de marzo de 2012

La entrega verdadera

Al final de la calle Santiago… Allí. Junto al gozne de la aldaba sobre madera vieja, junto a la cal y el geranio cautivo, junto a los brazos de forja reflejados en las estrechas aceras, junto a ecos de capas y herraduras, de espíritus atrapados y que ahondan lances de la historia, quimeras y olvidos, retales de otro tiempo. A pasos -tan solo- de la vieja Judería. No muy lejos de Santa María La Blanca, donde tuvo origen.

Nos acostumbramos a ver la cofradía salir desde allí, después del mediodía. Se hacía plena Semana Santa cuando sus pasos volvían a acercarse cada año a las calles del centro. Desaparecía, así, la sensación flotante de que todo había sido un sueño, de que lo ocurrido el día anterior sólo fue obra de nuestra fantasía onírica… Pero no; la realidad poco a poco hacía ralla inesperadamente  -como pocas ocasiones- cuando la Cruz de guía de madera oscura y pan de oro llegaba a la Calle Imagen. Y uno atina al pensar que ojalá la cruz irrumpiera plena más veces, sobre la grisura de lo cotidiano… para demostrar la certeza de los sueños. Lo fugaz no por fugaz pierde certeza; tal vez al contrario, más real es cuanto más efímero.

Nuestra generación –la de aquellos que nos acercamos a los cuarenta- la reconocíamos clásica, tradicional página de oro que abría el entrañable libro del Lunes Santo, pero era ciertamente una cofradía joven. No en la edad -que también-, en la frescura de su estilo… Hoy, sin serlo ya, sigue pareciéndonoslo. Y en ello está su victoria. Joven desde el corazón de nuestra historia contemporánea  y desde las entrañas de los secretos íntimos de Sevilla.

Redención y Roció. Dos nombres que definieron la trayectoria de la misma realidad nazarena. Y dos diferentes emociones a las que evocar. Si la segunda nos  transmite la pureza de un afligido escalofrío, brizna de marisma y romero en la esencia de la beldad de María; la primera es salvación y mansedumbre,  inabordable ternura, puerta de la gloria. Porque si algo rotundo estremece de ese cadencioso discurrir en la calle, es ver venir sobre su paso al Señor de las manos abiertas…
Lejos de la impostura, sólo al contemplarlo adivinamos el insondable misterio de la templanza, sólo con su mirada recordamos las palabras que poco antes pronunciase en el mismo Huerto de los Olivos: “Hágase tu voluntad y no la mía”. Descubrimos en Él la serena victoria de la paz sobre la ira.… Que no es la apesadumbrada resignación del estoicismo, sino  la entrega verdadera y auténtica del amor

Por ello, al pensar en ti, se me agolpan en el alma un sinfín de  vivencias y en todas hallo mensaje, como esos momentos únicos que sólo compartimos con alguien que se nos fue y vuelven a nosotros fieles a su eterna compañía. Te recuerdo, muy de pequeño, por Santa Catalina, a la tarde transparente, vestido de blanco… y atronaban compases del Arahal sobre la brisa. Y al ocaso por la Alfalfa, pellizco interminable, saeta a dos voces, conmoviéndose Venus asomado al balcón de mi primavera. Y luego, más adolescente, acudiendo vehemente a verte salir desde tu puerta, desde tu misma puerta… esperando de puntillas la proa soleada del barco de caoba sobre la nívea ilusión de la Plaza empedrada… De vuelta, por Cardenal Cervantes, en la intimidad de la recogía, compartiendo emociones con amigos del alma en el relevo de costaleros, testigo del sincero compromiso que  fluye de verdad de los  sentimientos;  poco después del infinito alarde de su cuadrilla por la Pila del Pato. Y, cómo no, cada año, con el  sol en la esquina de los sindicatos, abarcando con tus manos, el pasado y el futuro, el dolor y el gozo, la rebeldía y la compasión… Redención por Sevilla. Así lo define su agrupación musical; con notas de primor suspendidas en la secuencia del aire.

Y entre todas las lecciones… siempre me conmovió la sinceridad sin límites de tu mirar profundo en la cercana intimidad de tu Besamanos… Cuando falta una semana para la gloria, cuando -como dijo el pregonero- “parece que es la hora y no es la hora…”

Porque, junto a ese sendero de esplendor, siempre me conmocionó en ti el terrible desengaño de la traición. Entre toda la madeja sentimental, vuelve a mí, cada vez que te miro, la huella sesgada de la ingratitud. Sí, siempre me ha dado impresión de que el peso más difícil de soportar fue –y es- la traición de los tuyos. Primero Judas, luego la negación de Pedro, y después el abandono de los otros…

Tal vez será que, desde entonces, arrastramos ese pecado. Criticamos las ofensas ajenas a nuestra fe, olvidando que siempre son peores las nuestras al propio Cristo que defendemos y que decimos seguir. Me pregunto ardientemente si antes de señalar con el dedo leemos los Evangelios. Si entendimos aquello de “no juzguéis y no seréis juzgados”, si nos creemos libres de pecado para osar tirar piedras. Nos rebelamos contra políticas y gobiernos de turno sin reflexionar en que cuanto más lejos estemos del poder más pura será nuestra fe, menos desnaturalizada nuestra Iglesia. Que el mayor tesoro de nuestro credo reside, precisamente, en que no se impone por otra vía distinta a la seducción. Vivimos esclavos de lo accesorio y haciendo caso omiso a lo fundamental, obsesionados con la riqueza material y lejos de la sencilla humildad de tu espíritu. Denunciamos lacras sociales, con razón; pero hacemos poco hincapié en otras, tan presentes hoy, y que separan al prójimo en base a no sé qué status, origen o procedencia, y que son radicalmente opuestas a la palabra de Dios. Recelamos del amor. Nos aferramos a la justicia mundana, exigiendo condenas, y obviando la sabia expresión de tu imagen, el supremo significado del perdón… de poner la otra mejilla.

Y al final, siempre nos escudamos en la dificultad de seguirte, de llevar tu mensaje a la práctica, tu misericordia al mundo. Pero, si no lo intentamos nosotros, qué le vamos a exigir a los que no albergan en sí el bienaventurado tesoro de nuestra fe.

Por ello, Señor de la Redención, tan sólo te pediré ayuda para huir de metas donde el amor no habite… Te buscamos entre la niebla y nos basta imaginar tu rostro para pedir perdón. Ante la hermosa enseñanza de tus labios, ante la serena luz de tu sabiduría, ante la infinita inmensidad de tus manos abiertas…

 Perdónanos a nosotros. Redímenos, Señor, de nosotros mismos.


sumhis