jueves, 21 de marzo de 2013

Carta a niños nazarenos

Queridos Pablo, Miguel, José, Martina y Lucía; 


       Ahora que la inminencia de la gloria nos envuelve a los mayores en una inquietud que destila el horizonte entre la melancolía y la ilusión, sé que en vosotros sólo crece la impaciencia. Hay cosas que aún sois pequeños para entender, descubrir; mas llegará el momento en que el corazón, o quizá la edad, os las revele. Y, será entonces, cuando comprenderéis que, si en estas horas veis alguna gota caer de los ojos vidriosos de vuestros padres no será amarga, será estela intacta, germinación y vida, será rocío… Alegría de haber vivido y la presencia en nosotros de quién nos falta. Porque cuando el Domingo al mediodía, estemos poniéndonos nuestras túnicas, con los sonidos de fondo de una radio que nos anuncia que todo ha comenzado desde el Porvenir… cuando nos ciñamos el cíngulo o el esparto y colguemos del cuello nuestra medalla, estaremos cargando sobre nosotros otro equipaje invisible. Ese metal precioso que yace intacto en el cofre inabordable de las vivencias… Aunque ahora no lo sepáis, estaremos vistiéndonos de recuerdos, y los instantes plasmarán una vía lactea chispeante sobre el alma. Estrellas. Tal vez, lágrimas. Nos abrocharemos las sandalias, nos despediremos con un te quiero y saldremos a la calle, pero nos acompañarán aquellos que siempre nos acompañaron. Y lo sentiremos con la misma visibilidad de lo cierto.

      Entre esos recuerdos, Miguel, veremos a tu padre que con tan sólo seis años se vistió como tú ahora te vistes de nazareno; y tu abuela Alicia, Martina, le cosió la túnica como ahora hace a sus nietos para que de la mano del abuelo Antonio partiera para San Julián desde un humilde piso del barrio de Pino Montano. Y Pablo, aunque tú no lo sepas, tu abuelo Paco estará por las calles de su querido barrio Macareno (Relator, Feria, Correduría) porque allí vio pasar tantas veces a nuestra cofradía con su eterna sonrisa, tal y como nos la ofrecía siempre; y aún sin verle, puedes estas seguro que allí estará. Y tú, Lucía, debes conocer que allí donde esté ese Cristo y esa Virgen estará el corazón de Papá, que intentando que tú no le vieras lloró como un niño cuando la salud de los suyos o las circunstacias le impidieron acompañarlos. Y cuando lleguemos a la Alameda, Jose, nos estará esperando allí tu abuelo Pepe, porque es allí donde siempre le gustaba vernos pasar… Precisamente él, hace treinta años, llevó por primera vez de la mano a tu padre vestido de azul y blanco; porque siempre supo disfrutar de la ilusión de sus hijos más que ellos mismos. Y allí o desde la distancia estarán contigo tus abuelas, la que te regaló tú primera túnica con sólo un año y la que te la arregla cada cuaresma para que todo esté perfecto. Y, asímismo, irán con nosotros todos los que desde hace seis siglos nos precedieron proclamando la fe por las calles y depositando sobre nuestras manos el maravilloso legado de nuestra Hermandad. 

     Por ello, os pido, y es algo no menos importante, que no olvidéis en casa la felicidad; que avive la satisfacción y el gozo, más natural y humilde que el orgullo, de ser herederos de aquellos doce que dieron su propia vida por aquel Maestro al que siguieron. De ser un granito de arena de la Iglesia. Que no os perturbe sus contingencias, ni la fatalidad, ni la vergüenza de sus propios errores, que como cualquier historia humana existen. Que nadie os la robe. Tener presente, siempre, que si nos echamos a la calle es para recordar a ese hombre de un pueblo llamado Nazaret que vivió hace dos mil años y pregonar la vigencia de su mensaje, el más hermoso de todos. Que llevamos la cara tapada –aunque muchos lo ignoren- porque no somos nosotros los protagonistas, sino nuestro Cristo y nuestra Virgen a los que acompañamos y para los que nosotros no somos más, ni tampoco menos, que una llama que le alumbra su camino. Que es la fe nuestro mayor tesoro. Que con ella nunca estaréis perdidos del todo por muy mal que venga el destino. Y no estéis tristes, porque en la fe gravita la esperanza, porque nos fiamos de su palabra, de la palabra de nuestro Cristo dormido que lo dio todo por nosotros, que es el mismo que está vivo en el sagrario, que nos espera siempre como sustento del alma. No dudéis en alimentaros de Él, en imitarle, en seguirle.Y no olvidar nunca, sobre todas las ideas, que Dios es amor. 

      Cuidad y mimad la tradición, la esencia, saberos parte de esa familia que nació hace seiscientos años a la sombra de una retama y que renació siempre de sus cenizas, y de esta bella y vieja ciudad de occidente tan diferente a todas. Que no os acompleje ni las modas, ni los prejuicios, ni eso que llaman globalización, pero tampoco permitid que se apoderen de Sevilla aquellos que la malentienden y -sin querer- la ridiculizan, envaneciéndose y presumiendo de una ciudad falsa. 

     Cuando nosotros no estemos podréis hablarnos con sólo mirar a Ella. Y cuando suene Hiniesta de Peralto recordaréis esta carta en un instante, sin necesidad de leerla. “Sólo con el pasado se forma el porvenir”1 .

       Sois nuestro orgullo y nuestra vida. Enseñad a los vuestros lo que nos enseñaron a nosotros nuestros padres; y cometed vuestros propios errores, no aquellos que cometimos nosotros. Para que, vida a vida, perdure siempre inacabable el reguero caudaloso que brota del pozo de la fe, el eterno rosario azul y plata que no perecerá indeleble por los tortuosos siglos de la memoria ni en la borrosa visión del horizonte. 

 sumhis

1-  Anatole    France