sábado, 15 de marzo de 2014

Cronología sentimental del Lunes Santo

Cuando el bullicio va alejándose de los Terceros, ya destaca el exorno de los pasos, al final de la calle Santiago. Dos mundos cercanos y distantes. Los cirios consumidos, las rosas cercanas a marchitarse en la calle Sol y el olor a flor fresca y a cera intacta en la antigua Plaza de López Pintado. La Virgen del Subterráneo está acompañada por hermanos vestidos de túnica blanca que se despiden de Ella agradeciéndole haber podido estar allí un año más. La del Rocío por otros hermanos que le piden poder realizar su estación de penitencia horas después, poder preceder su camino de ida y vuelta a la Catedral, poder estar con Ella y su bendito Hijo.

Otra multitud se va formando junto a la puerta de San Roque esperando la cercana proximidad de la cruz de guía que diseñara Manuel Seco Velasco. El puente espera a la Estrella. La Amargura pasa por el Salvador y el Amor está saliendo de la Catedral, mientras por San Marcos se escuchan los sones que acercan el itinerario de vuelta de la leyenda azul y plata. Es Lunes Santo, sí, ya es Lunes Santo.

Mientras se ponen flores por distintos sitios de la ciudad, dibujando una vía láctea sentimental que alumbra de ilusión su geografía, la nostalgia más entrañablemente verdadera estremece la memoria en el regreso de las cofradías de la tarde que engendró esta noche. Para ellas aún es Domingo de Ramos.

Impacientes, las hermanas de la Cruz aguardan la poética aparición del cortejo de silencio blanco, que anticipará la eterna visión del llanto amargo de la Madre de Dios consolada por el discípulo que le mira, como le mirase hace siglos por la vía dolorosa. El Señor de Pasión, en su pequeña Capilla, a ras de suelo, ve abrirse las puertas del Salvador para que comience a entrar la segunda parte de la cofradía que explotaba de júbilo en la primera hora de la tarde, cuando niños vestidos de blanco bajaban  la rampa de la ilusión sonora y contenida. Entra San Roque. El puente de Isabel II vibra. Las monjas de Santa Paula escuchan los tambores y cornetas que el Arahal va dejando por los muros de cal de los callejones en su laberinto, cuando el Cristo moreno de San Julián los acaricia con la punta de sus dedos. Y el Señor del Gran Poder permanece ingrávido sobre el suelo de su Basílica, con sus manos desgastadas por los besos de Sevilla entera.

Luna creciente. Se van vaciando entre suspiros y abrazos las iglesias que horas más tarde se llenarán de gozo. El Museo, San Vicente entre susurros de carey por la plaza de Teresa Enríquez, la Virgen de las Tristezas busca con sus ojos la mirada vacía del que duerme esperando la gloria del tercer día. En San Andrés, suena el eco de las ánimas, en el más puro silencio. Duerme –para madrugar- el Polígono. La Virgen niña de Guadalupe restalla de belleza entre flores despidiendo a los últimos que van cerrando la capilla. El extremo más bendito de Triana surca recto, buscando desde el Barrio de León la Estrella; y en el Tiro de Línea, solo, inocente, cautivo, paciente, abandonado, auténtico, Dios mismo, espera que su barrio le dé lo que sus discípulos le negaron: La traición que en los ojos del Señor de la Redención es autenticidad en la que el amor lo borra. Lo borra todo.

Despiden cantando a la Amargura las hermanas de Madre Angelita y suena la marcha de Font de Anta llegando a San Juan de la Palma, ya baja triunfal por el Altozano la Estrella de Triana, e irradia la belleza morena de la Estrella Sublime acercándose a la ojiva que la despidió en el calor de la tarde.  Puerta del cielo, estela de plata del libro de la ilusión y de la gracia, quién la ve nunca pudo olvidar la belleza de la Virgen de la Hiniesta en ese instante en que el resto de los horas envidian el cobijo de la misma luna. Ese eterno momento, Causa de Nuestra Alegría, donde todo empieza. Sí, entran los tres últimos pasos de palio. Duerme la ciudad. Y es entonces cuando todo empieza.

Fue tan onírico y melancólico el epílogo del primer día, que lo confundimos con un sueño. Amanece el Lunes dejando una crisálida cobalto que desde el río por los ensanches abre el mapa de la ciudad. Ahora sí tenemos la certeza de que todo es real. De que la vida nos ha vuelto a regalar una nueva Semana Santa.

Nunca fue tan mágicamente bello el rostro de la Madre del Rocío, que a esa hora calma del primer rocío de la mañana. Cuando al colarse la primera claridad en la iglesia ilumina el perfil de su hermosura. Después, se irán despejando las formas y los tenues colores del Monte de los Olivos en el barco anclado del paso de misterio. Hasta que, definitivamente, la luz de la mañana nos regalará como evocación y símbolo la paz y la esperanza del rostro del Señor de las manos abiertas.

Es pronto aún, cuando túnicas planchadas aguardan inquietas a ser vestidas por los cofrades del Polígono, recién despiertos. Cafés por el centro de los primeros visitantes que acuden a iglesias que se acaban de abrir, y ya vuelve a nacer la cola hasta Conde de Barajas que arribará en las manos del bendito nazareno de San Lorenzo.

Ya está el día vestido de fiesta en la Calle Santiago, van llegando ramos de flores, promesas, vivencias, ilusiones, fotografías, niños que salen con estampitas en las manos y los ojos bien abiertos.

El barrio de San Vicente vive su mañana grande, de la calle Jesús a San Vicente, de San Vicente al Museo… cuando ya todo ha comenzado en el Polígono de San Pablo y la primera cruz de guía sale a la calle, le siguen nazarenos con cruz en el antifaz que traen a Sevilla Jesús Rescatado. No hay hueco en los balcones y estalla de alegría todo un barrio cuando el paso de misterio sale a la Avenida.

Una flor se coloca con delicadeza junto al llamador del Señor del Soberano Poder ante Caifás, cuando ya se cerraron las puertas del templo en la recoleta Plaza de Nuestro Padre Jesús de la Redención. Es tiempo de organizar la cofradía. Empiezan a verse los primeros terciopelos morados y verdes por las calles, y comienzan a igualar las cuadrillas de costaleros. Es mediodía.

A esa hora es difícil describir lo que se vive en el Tiro de Línea… Una muchedumbre se va agolpando en la Avenida de los Teatinos, y mujeres, algunas de arrugado rostro, van tomando sitio cerca de la puerta para no dejar abandonado a quien fue abandonado por los suyos. Porque ha de cumplirse su palabra  y "donde estén dos o tres congregados en su nombre, allí estará Él en medio de ellos" [1]. Ojos felices que sonríen a caritas de niños ilusionados, emoción que hilará una serpiente kilométrica de fe verdadera, cuando poco más tarde se conforme la eterna cadena que une aquel otro alejado brazo de Sevilla con el secreto de su corazón.

Llega la Agrupación Musical Nuestro Padre Jesús de la Redención a un templo, que lleno, aguarda ya la salida. Se llena de público la plaza…

Es el momento en el que en la Lonja Universitaria sale el Cristo de la Buena Muerte y la Virgen de la Angustia de la pequeña capilla donde residen todo el año, para entrar en el mismísimo Rectorado. Templo de la Sabiduría. Para que así, sea presidido por Aquél a quien llamaban Maestro…

Se cierran esas puertas y se abren otras. Suenan los tambores. La cofradía se echa a la calle. Los primeros tramos de antifaces morados giran en la calle Santiago, y ésta es invadida de pronto por la alegría y el entusiasmo infantil. Se cumple así el texto bíblico del evangelio de San Mateo[2]: “Dejad que ellos se acerquen a mí, porque es de ellos el reino de los cielos”, para recordarnos que sólo siendo como niños podremos llegar algún día a Él.

Se abren las puertas en San Gonzalo y comienza a cruzar Triana una larguísima fila de nazarenos blancos entre el gentío que enmarca su recorrido.

Primera levantá de Nuestro Padre Jesús de la Redención. Oración. Suena la Agrupación Musical y cada nota que interpreta es acompañada por el elegante movimiento de sus costaleros en una sincronización perfecta, que cristalizará como obra de arte la maravillosa ofrenda a Dios en que convierten su estación. De inicio a fin. Atraviesa el olivo la puerta, arría el paso, rachean pisadas. Se ha consumado... Redención por Sevilla.
A esa hora la Virgen del Rosario llega a la antigua Calle Oriente rodeada de rosarios de cera y flores. Y llega al Parque el Señor Cautivo, siempre rodeado de  su gente.

Primera levantá de la Virgen del Rocío. Llora de emoción el eco de las  horas dormidas, y entre rezos por quienes faltan, se acerca al dintel. Llegan los rayos del sol. Aguardan. Brilla el oro sobre el terciopelo verde. Y unos instantes más tarde, los rayos la besan en la mejilla. Suena Rocío. Como diría Carlos Colón, es Lunes Santo.

En la penumbra vespertina, lentamente, la cofradía de Santa Marta va llenando la parroquia con nazarenos que visten de negro y cíngulo blanco, van rodeando el paso que tallara Rafael Fernández del Toro y sobre el que Ortega Bru representara como obra cumbre de expresión artística el Traslado al Sepulcro de Nuestro Señor Jesucristo. En el silencio parece escucharse de fondo los compases del Adagio de Albinoni.

La Virgen de la Salud llega a la Residencia de ancianos de la Fundación Carrere. Suenan las marchas y entre el silencio que separa cada chicotá, azahar, un verso, una súplica, una mirada, un beso de quien no sabe si volverá a verla el año que viene… Pasan los campanilleros y una lágrima recorre el rostro de quien la despide pidiéndole lo que su advocación evoca.
Se va poblando la Campana para recibir la cofradía de San Pablo cuando la Encarnación despide el imponente misterio que rodea y da sentido al rostro sereno del Señor de la Redención. Avanza poderoso y valiente hacia Laraña, y en frente y a lo lejos se contempla el paso de Jesús Cautivo y Rescatado, acercándose al palquillo bajo el sol inerme de la tarde.
Los sones que parecían asomar desde las alturas en San Andrés, se materializan a esa hora en el Salvador. Nuestro Padre Jesús de Pasión deja su capilla para acercarse muy despacio hacia el trono de plata que Cayetano González tallara para su paso. Suave y lentamente. Se cumplen los ritos una vez más. Y espíritus lejanos se acercan a vislumbrar el instante.

En la Puerta de la Estrella los costaleros del Soberano arrancan aplausos saludando a la cofradía que horas antes fue la primera en cruzar el puente. Por el casco antiguo van apareciendo nazarenos negros, entre la gente, y se dirigen a los distintos templos del céntrico barrio que hoy celebra su gran día.

Suenan las campanas, sale Santa Marta. Con parsimonia. La Virgen del Rocío se luce en la Campana a los sones de la marcha de Vidrié. Cruzan nazarenos negros hacia Amor de Dios. El Cautivo avanza por Tetuán. Nuestro Padre Jesús de la Redención se acerca a la Plaza de San Francisco. Sigue saliendo la cofradía del Traslado al Sepulcro. Se abren las puertas en la Calle Dos de Mayo. Se va formando el cortejo en Vera Cruz. Salen los ciriales en San Andrés. A continuación, todos los ojos, todas las miradas, todos los ruegos, toda la fe, toda Sevilla confluye en la silueta de la Caridad de Cristo hecha carne humana. En la prodigiosa imagen del Maestro vencido, desnudo y trasladado por los Santos Varones. Todo muerte, todo es muerte, salvo una rosa…Una rosa bajo su mano derecha sobre una alfombra de lirios.

Es media tarde. El paso del Beso de Judas llega a la catedral y su Banda le acompaña en silencio bajo las naves catedralicias. Hiere de escalofrío la mirada del traidor en el claroscuro, bajo las vidrieras. Hiere de amor la mirada paciente del Redentor.

Cuando se alza por primera vez el palio de la Virgen de Guadalupe, se abren las puertas en la Calle Jesús de la Vera Cruz. El sol comienza a declinar. Un ramo de flores recuerda a aquél que dejó la vida bajo el paso de su Hijo en la Calle Arfe y la Virgen del Mayor Dolor lleva su medalla junto al Cristo de las Aguas cuando enfila ya por Castelar.

Salmos, motetes, y música de capilla anteceden al crucificado de la Cruz verdadera, coon la misma delicadeza con la que su cuadrilla le hace atravesar el portón y reposar en el atrio. Mientras tanto, un rosario de penitentes siguen en silencio a la Virgen de las Penas de Santa Marta por una Campana distraída.

Atardece. Las velas encendidas del paso de la Virgen del Rocío dan un tono especial de candor a su cara, cuando tras salir de la Catedral, rodea las gradas del gran templo, siempre sobre los pies. Al llegar a la Cuesta del Bacalao, las cinturas de la gente de abajo la subirán con la gracia y majestad que Ella requiere. Hasta arriba, sin prisa alguna, sentimiento puro hecho cadencia, mientras la cera se consume.

Saeta a la Cruz de Guía en la puerta de San Vicente. Ha llegado la noche, y poco más tarde sonará Jesús de la Penas. Prodigio de marcha que sólo al soñarla en nuestra mente nos trae la visión del bendito Cristo caído traspasando el dintel en la Calle Virgen de los Buenos Libros, entre faroles de plata.

La Virgen de las Mercedes, de vuelta, llega a la Universidad. Siempre rodeada de fervor, de cariño, de los suyos…. Y Jesús de la Redención sube la Cuesta del Rosario, emoción contenida… le espera la Alfalfa. No es lucimiento, es oración. No es derroche, es medida. No es alarde, es sentir. Sentir, sin más y sin palabras, lo que allí se vive cada año… por el amor de su gente, agrupación, cuadrilla, hermandad… Lágrimas. Todo por él. Divino Redentor de nuestras almas.

A esa hora ya se ha abierto la Capilla del Museo y comienza la procesión, nazarenos de negro acompañan con luz al Cristo expirante, Gloria de Sevilla y su leyenda. La Dolorosa de San Vicente cruza la campana. Mis Dolores son tus penas, interpreta la Banda de Tejera y los costaleros de Antonio Santiago pasean a la Virgen,  entre el clasicismo y la solemnidad, a manera de consuelo para el dolor de María. En el otro ápice de la emoción llega el paso de Cristo de San Gonzalo al Postigo, allí nada se contiene, todo es transmisión, clamor, aplausos, expresión, arrojo, el izquierdo por delante…

Sale la Virgen de las Aguas. Los ojos clavados en las alturas. Reina del Museo. Madre de la Pureza. Señora de la hermosura. Y todo es nada.

Un sentimiento de plenitud nos invade. Sevilla está en su cénit. Y el Lunes Santo está completo. Están sucediendo tantas cosas al mismo tiempo… Tanto homenaje, tanto sacrificio, tanto anhelo, tanto sentimiento, tanta añoranza, que late el corazón cual sospecha de eternidad. Pero todo –no hay rosa sin espinas- es efímero. El Cristo de la Caridad se va aproximando poco a poco a su templo de regreso. De lejos se oyen campanas de funeral, que le esperan, mientras a oscuras bajo flashes y estrellas termina el traslado malva de su cuerpo herido.

 Y Llegamos a la última hora del Lunes Santo, cuando la Virgen del Rocío, ascua solitaria bajo la sombra del Espíritu Santo, enfila la esquina de Boteros y vibran de letanías los muros que estrechan la calle. Por admirarla, para mimarla… porque una sola vez al año está tan cerca. Al mismo instante cruza la Pila del Pato, entre mecidas justas, el paso de su divino Hijo.

La Virgen de las Tristezas, tan delicada, tan sola y ausente, tan dulce y tan íntima, despierta las musas de la melancolía al pasar por la Plaza del Salvador.

Y vuelve el Señor a casa. Última revirá. No podemos dejar de añorar a aquellos que vivieron con nosotros semejante momento, y ya no están, ni estarán. A quien compartió con nosotros la vida o pedazos de ella, retales… Porque al mirar al Señor y entender la lección de su infinito perdón y entrega, el corazón se agranda tanto que nosotros nos vemos demasiado pequeños.

Se acerca la media noche y la luna es un roto denario de plata que se escapó de la bolsa de Judas. La ciudad se enamora una vez más…

Llega María Santísima del Rocío a casa y emerge del cielo estrellado un puñado de gotas invisibles que alienta de escarcha el alma.

Son las doce. Los hermanos descubiertos se abrazan, miran a Él y a Ella y dan las gracias de haber podido estar, le piden volver dentro de un año. Y le lanzan un beso con la mirada. En otros puntos de la ciudad, en el Polígono, en el Tiro de Línea, en el Tardón, El Postigo, El Museo o San Vicente aún esperan a sus hermandades. Pero lo harán en las primeras horas del Martes Santo.

El encuentro entre la Virgen del Rocío y el Hijo bendito de su vientre en el interior celeste pone una vez más el broche esmeralda al Lunes santo, justamente en la cumbre secreta de la emoción, en la cima de las dos manecillas del reloj.

Cerramos los ojos recordando, desde la linde de la calma. Y es entonces, sólo entonces, cuando entendemos con el espíritu aquellas palabras: "Por eso me complazco en mis flaquezas, en las injurias, en las necesidades, en las persecuciones y las angustias sufridas por Cristo; pues, cuando estoy débil, entonces, es cuando soy fuerte"[3].


sumhis