Dónde
está, pregunta el aire madrugador de la
víspera de luz de la mañana. Pregunta la primera luz, luego; cuando al colarse
por el alto rosetón desciende a sus plantas, curvilínea, sin hallarse. Sin
hallarla. Donde está, pregunta el silencio espeso de la parroquia vacía cuando
el diálogo del ánima es secuencia inacabable que no obtiene consuelo. Y lo
preguntan la cal de las paredes y el crepitar de la cera. Algún vecino
despistado que no fue a despedirla… La luna de otoño, cuyos rayos se hacen primavera
sobre el terciopelo de su manto. Los recuerdos que renacen cuando no se
esperan, un leviatán de melancolía que busca asidero de fe en el dulce
itinerario de certeza, que sólo salva su presencia. Dónde está, dónde está se
lo pregunta el incienso al aroma secreto de las acacias… El índigo y la sombra,
al azul y la plata. Las llagas abiertas, nunca curadas, eternamente abiertas de
su Hijo. Oraciones musitadas, pisadas marchitas, versos suspendidos, notas
calladas. Los días que pasan, su gente entre sueños… el reloj, que hiere y
marca… Sin saber a quién preguntar… Y
algún transeúnte que, al ver la puerta abierta pasa porque no puede dejar de
entrar, porque no evita el destino de buscarla… Como la buscan desesperados los desterrados rincones
de su gloria… de Duque Cornejo a Lira, desde Morera a Juzgado, de Moravia a
Santa Paula… Un rosario de preguntas, predicado de su gracia.
Y
así preguntan, y preguntan… Y dicen que a veces, sólo a veces… -ciegos y
olvidadizos- la llama de la metáfora tiembla, y el tiempo se hace distancia.
Pero
hay respuesta. Hay respuesta. Y la saben los viejos. Porque está escrita en el
alma de sus calles. En fotografías indelebles de vidas que nos precedieron. En
las lloradas páginas celestes de unas historia de seiscientos años. Es una
respuesta simple. Ella está. Aunque no se le vea.
Imaginamos
lo que fue perderla y, rotos por el dolor, situarla en los confines de la nada…
Y nada nos parecerá esto… Pero, volved a imaginarla e inmediatamente sabremos
que, sin embargo, estaba. Vana conmiseración de un anhelo guarecido, como el que
lleva a la marea a volver a subir por el amor de la luna, así renace la
devoción verdadera de los restos de sus propias cenizas…
Y
así también lo sabemos aquellos que, cuando el curso terrible de los días sin luz
nos llevó inermes al miedo frío -que sólo blanden las despedidas que son para
siempre- sentimos que Ella estaba allí con nosotros. No hubo necesidad de contemplarla
con los ojos, porque la estábamos viendo con el corazón. Por ello, no invocamos
su regazo al abrigo de algo que la recuerde, pues como dijo el poeta, eso sería
admitir que podemos olvidarla. Baste con colocar una flor desnuda cada día en
un vaso de agua y sentiremos el mismo aroma de retama que perfuma el taller de
un restaurador en la calle Pureza.
Ninguna respuesta a la
pregunta “dónde está” puede ser distinta… En nosotros. Ya restalle el silencio
o ciegue la negrura. A pesar del vacío, que parece flotar en este tiempo.
Porque el secreto quedó bien anclado. Al amparo de las raíces del cariño
inagotable. Intramuros del amor más auténtico. En la verdad más serena de una
intimidad llamada Sevilla. Un secreto con un nombre de ocho letras, con la
belleza pura del azul… y una mirada, la sublime cadencia de su mirada perdida.
sumhis