Tú. Tú fuiste
el sueño, el anhelo renacido en la madera, cuando el aire ido y absorto
aborrecía la ausencia, presagio y culmen en el taller de la calle San Vicente,
en aquella fotografía sepia con ropa pespunteada. El desplante a la muerte, con
la mano derecha muy baja, aquel cinco de septiembre del 37, la cara atónita en la Iglesia de San Luis, la
flor nueva tras el espanto. Como preguntándose y qué hago aquí. La expresión
muda y la mirada perdida, la dulce mirada perdida… La expresión doliente mientras sus hijos se
mataban, sobrepasada, ajena y sensible a
la barahúnda, beldad invicta, asidero sobre el limo, rosa extraña de un paraje
yermo. Y, luego, la joven valiente, superando adversidades, vagar, mirar
limpio, vagar, incertidumbre y vuelta al hogar, a San Julián. Fuiste lo que
fuiste siempre, la soberana de tu barrio, nuevos retos, nuevos Domingos de
Ramos, consuelo a la aflicción, la cadencia emocionante que compusiese Peralto, como compás del momento más hermoso,
el clamor en la calle, y el recogimiento allí en la nave de la Epístola. Tú fuiste la niña que se
paseó de hebrea por la ciudad en un palio liso color cobalto, cual poesía
desnuda de Juan Ramón…
Tú. Tú eres,
desde entonces, desde antes, todo. Eres la belleza guarecida como pretexto vivo
en nuestra memoria. Eres retama de luz, retama. Porque en ti está la verdad más
pura de la primavera, lo mejor de nosotros… y en ti ponemos lo más valioso de
nuestras vidas. En las pupilas que vieron el ocaso y la resurrección, en tus
ojos, en las cinco lágrimas que surcan tu cara, en las rendijas del esplendor
de tu sombra, en el aroma de tu paso bajo el sol de marzo. Tú eres la doncella
que con bata hospitalaria se despedía de su gente entre sollozos una noche de
septiembre, con una iglesia, una plaza llena y taciturna, y la que volvía una
mañana de escarcha cuatro meses después para escorar los fantasmas de las horas
inhóspitas. La reina que hizo florecer a Sevilla un veinticuatro de octubre. La
cromática melancolía del trío de Marvizón. El azul del cielo bajo las hebras
plateadas de la luna.
Y Tú… Serás
siempre aquella que fuiste, la negación de la ausencia, la presencia eterna, la
rosa izada – no caída- sobre el cráter del volcán. Simiente de esperanza, nunca
de olvido. Las sublimes notas de López Farfán. La gema preciosa de carbón vivo.
La elegía hecha carne para recordarnos que nada ni nadie falta. Estrella de
todos y cada uno de nuestros días. Dique inerme al desaliento, alegría y
nostalgia. A la que el alma, más que la historia, adeuda. Virgen de la Hiniesta , ancla y vida, dolor
y gloria.
sumhis