sábado, 19 de enero de 2008

Abandonados

En la Unidad de Estancia Diurna han preguntado por María, alguien responde que hoy no viene, por que sale la cofradía del barrio, su cofradía. A la misma hora, María está en la Caja de Ahorros, “hijo vengo a llevarme la paguita”, luego separa torpemente los billetes dirigiéndose al empleado que la atiende “esto es lo que le debo al carnicero, esto al panadero, esto lo que voy juntando para el regalo de boda de mi nieta, y con este poquito –el resto que le queda- tengo que tirar hasta fin de mes”. Él le pregunta “¿qué nieta es la que se casa?”, María agradece la interrupción, porque ama que le den conversación, encendiéndosele la mirada: “pues, hijo, la que es enfermera, la hija de mi Julián”. Echa mano de la cartera y le muestra una foto, “mira lo guapa que es”, lástima que la vea tan poco cómo al resto de la familia, pero como ella justifica “tienen muchas ocupaciones”.
Cerca de allí en la parroquia del Tiro de Línea todo está preparado para la salida, ya hay muchos ramos de flores que mujeres van depositando a los pies de la Virgen de las Mercedes. Algunas le piden por su hijo que cayó en la droga, otras por familiares enfermos, en la miseria, en el paro. Mientras María va de camino piensa que ella ha tenido más suerte. Tiene tres hijos, uno de ellos es abogado, otro es funcionario de un pueblo vecino a Sevilla y el otro bien colocado en una fábrica onubense. Le han dado cinco nietos estupendos. Dios les ayudó para criarlos y educarlos bien, aunque también es cierto que su marido y ella se sacrificaron mucho. Divaga mientras va llegando a la puerta de la iglesia, donde se colocará junto con otras mujeres para seguir al Señor en su estación de penitencia. Los demás viejos que suelen reunirse en la U.E.D. la están echando de menos, pero la asistenta sabe bien que en ese día nadie puede separar a ella de su promesa. Su memoria y su promesa. Nada para ella, todo por los suyos. Salud para ellos, y para sí que el Señor la recoja cuando Él quiera, que está preparada. Sale la Cruz de guía y comienza a recordar cuando con su difunto esposo se vestían de gala ese día para ver la cofradía del barrio junto a sus tres hijos. Entre las filas un nazareno le hace señas desde lejos y le tira un beso, debe ser algún vecino que la conoce mientras la nostalgia le hace brotar la primera lágrima cuando aparecen los ciriales. Más tarde puede, por fin, verlo Solo en la puerta. Vestido de morado y cautivo. Se escucha la primera marcha y los primeros aplausos y ya está cansada cuando comienza a andar tras Él. La Avenida de los Teatinos es un torrente de recuerdos desbordados que la transporta a estar con su pasado, aunque su familia esté ajena a lo que ella vive en ese lugar y momento -“tienen muchas ocupaciones”-.
Cerca del Parque tiene la primera gran alegría, entre la bulla alguien pronuncia la palabra abuela y tras mirar sin ninguna esperanza hacia la voz, se emociona al ver la cara de uno de sus nietos que hace siete meses que no ve. Está muy guapo y acompañado de una chica ¿será su novia? Le da un beso, pero no habla demasiado para que no le note el nudo en la garganta. Sigue caminando, se fija en ese cíngulo del Señor. Ese cíngulo que en su día fue el del Señor del Gran Poder, se le va la memoria a aquél año en que su Cristo lucía el mismo esparto que el Señor de Sevilla, reliquia viva de un gesto imborrable para los que lo vivieron y emoción viajera de San Lorenzo a ese extremo, entonces inhóspito, de la ciudad más humilde. Las piernas le duelen, pero queda tanto... Le mira a Él y se siente protegida, mientras pide que siempre proteja a los suyos. Le mira y se siente acompañada, los dos caminan solos y abandonados entre la bulla. Abandonados y felices por estar donde están, cumpliendo, cumpliendo con su cometido. Ella con su soledad, Él con su pena y con el peso de todos los pecados del mundo.
En la Pasarela brilla el oro de las Potencias, qué orgullo. Eran tan pobres y ahora, granito a granito, llenan de esplendor la puesta en escena de su caminata sin que les falte un detalle. Ella donó una sortija que le regaló su marido para la corona de la Virgen -fue tanto el oro que dio el barrio que sobró para hacerle las potencias al Señor- y ahora el Señor también lleva oro porque su gente se lo ha regalado. Qué orgullo también, sacrificio a sacrificio, cuando su nieta se case con las alianzas que ella va a regalarle con sus ahorros, del mismo oro que las potencias de su Cristo, hecho de sacrificio y privaciones. Cuando llega al Postigo, la corriente de mujeres que le sigue tiene que estrecharse para pasar bajo el arco, se siente escalofrío al llegar al corazón de la Ciudad y ver la túnica del Señor oscilarse despacio amainando el ritmo de la cofradía y revirando lentamente porque ya están en el centro. Un costalero sale del relevo y la reconoce. Se acerca a ella, es el hijo de su vecina, se crió con sus hijos y le vio crecer, se dan un abrazo mientras las mujeres de al lado presumen de su Cristo, en la Sevilla oficial. En la Plaza Nueva la piel de su Cristo brilla con el sol y su gente se extienden desde la Campana a la Puerta de Jerez, su barrio toma la ciudad por un mundo mejor invadiéndola de promesas imposibles, y ellos dos siguen solos entre la muchedumbre. Pero la luz que le da al Señor es el más puro testimonio de su victoria, la victoria de lo sencillo sobre lo grandioso, de lo natural frente a lo artificioso y tanta emoción contenida, y tanta ilusión cumplida y tanta por cumplir que nunca se cumplirá.
Cuando el Señor llega a la Campana hay que irse corriendo a la Puerta de los Palos para coger sitio de nuevo tras su paso. Cualquier imprevisto puede malograr el compromiso. Pero el parón es dañino, parece que las piernas no responden por la Plaza del Triunfo. Y atardece. Un malva melancolía comienza a teñir el cielo de poniente en el desplome del sol buscando alcores del Aljarafe. En la Universidad las fuerza fallan, el agotamiento vence, los años caen de pronto sobre las plantas de los pies y ha de salir cual alfeñique extenuado del bullicio, mientras que las marchas se repiten en una chicotá bellísima del Señor luciéndose por la Lonja. Ahora brotan otras lágrimas de dolor. Mientras busca un taxi hace cuentas y llega a la conclusión de que no se puede permitir tal dislate, si lo coge no llega a final de mes o no puede regalar las alianzas a su nieta, ¡que el tiempo se echa encima! No queda más remedio que rectificar la marcha y buscar la parada del 31 para llegar a la Barriada de la Oliva. Ha recordado tanto a su familia durante el día que en el trayecto no le quedan ni fuerzas para pensar. Llega a casa y coloca la estampita que le dio un nazareno pegada a la foto de la mesilla en la que aparece toda la familia junta, luego duerme.
En la mañana del Martes Santo María no aparece por la U.E.D. , esta vez es más preocupante porque nadie sabe donde está. Y cerca de allí, en la cama y con las piernas hinchadas ella oye el timbre que suena en la puerta, se acerca como puede y abre. El mismo costalero que la encontró tras el paso en el Postigo, le trae un regalo. Un clavel del paso del Señor. A ella se le enciende la mirada como si recibiera el mayor tesoro posible. Le da las gracias y camina a duras penas hacia su mesilla. Es entonces, justo entonces, cuando María desvalida y abandonada por sus familiares coloca la flor junto al Señor, su Cristo, Jesús Cautivo y abandonado, abandonado por sus discípulos.


sumhis

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Sumhis como se nota que conoces bien ese barrio y su gente. Leyendo esto me he acordado de muchos viejecitos que yo visitaba a primeros de mes y que al igual que a ti me contaban muchas historias.
Sobre todo de una en concreto que me hacia ir todos los domingos en verano a misa a charlar un ratito con Don Antonio que era el párroco de Sta Genoveva y el cúal a mi me daba miedo.
Como habras adivinado era mi abuela; abuelas como las que tu tienes por amigas despues de unos años de ayudarlas a distribuir su paguita cuando van al banco y darles un poquito de conversacion que algunas tanto necesitan.

Muchas gracias por tus palabras.

Sumhis dijo...
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