viernes, 5 de noviembre de 2010

¿Te acuerdas?

    ¿Te acuerdas de aquellas horas que buscaban éstas de hoy? De compartir juntos la pasión de la ciudad, anhelo, la primavera en la calle. ¿Te acuerdas? Ver venir al fondo de la calle la cruz de guía acercándose. Todo se acercaba a nosotros. Como siempre, certera saeta, percatándonos, percibiéndolo más. Más azul, no más intenso. ¿Te acuerdas cuando no me conocías y venías a la ciudad a buscar a Dios por las calles? Incluso cuando no tenías con quién. Sola desde la Puebla del Río preguntando por aquella calle para ver aquel paso… ¿Te acuerdas de la sonrisa al tocar con las manos el primer programa de bolsillo que conseguías en algún comercio para la próxima Semana Santa? ¿Te acuerdas de la primera vez que viste la cofradía azul y plata por las estrecheces del barrio de San Julián, de aquellos costaleritos que se metían bajo el manto de la Esperanza de Triana, de aquella niña enferma que le pedía salud a la Virgen de San Gonzalo, de aquella íntima oscuridad -cofre de solemnidad- en el Besapiés del Cristo de Santa Marta o -de ternura- del de los Estudiantes; del sonido de la campana del muñidor desde dentro del patio del Convento de la Paz esperando la entrada de la Sagrada Mortaja?

    Nada desaparece, nada. Aunque lo parezca demasiadas veces. Lo que se evapora va al aire, y el aire al cielo. Como brotan adelfas en aceras mil veces pisadas. “Todo pasa y todo queda” dijo el poeta.

    ¿Y te acuerdas de aquel Viernes Santo? Sí, habíamos dejado a Jesús Nazareno en la Puerta de Jerez buscando el puente, jorobadito que a duras penas podía con el peso de esa cruz, y se alejaba agotado en la noche más triste. Desde la pendiente de San Gregorio una última mirada atrás para verlo perderse haciéndose sustancia la melancolía. Nos volvimos, caminando hacia arriba de la calle buscando la Esperanza del nombre más breve. Bordeando la ribera de un río morado y alumbrado de cera, de nostalgia. Te iba contando la leyenda de aquella cruz de carey, de náufragos de otra época, de la Sevilla Puerta de Indias, de la vieja Triana. Disfrutabas el momento con la misma ternura que nace de Aquella Virgen que años después sería coronada en el Altozano, con la misma elegancia de esa cofradía que tanto quieres, esa que cruzó por primera vez el río, para arrimarnos belleza por un puente de barcas.

    Entonces, de lejos… vimos una pena encendida. Una cara, un entrecejo que como imán nos atraía a la delantera del paso. La acompañamos hasta el fin de aquella chicotá. Luego nos acercamos todo lo que pudimos. Dulce, redonda y distinta, era la letra que salía de su boca entreabierta. Instantes de dolor y gloria, como su propia advocación concentra. Cómo expresar en un rostro la triste y bella serenidad que nos invade cada noche de Viernes Santo. Sin palabras. ¿Te acuerdas? Pasó un siglo en segundos y luego, al tomarme del brazo, te escuché decir “es como la Hiniesta, pero más niña”. Expectación. Una voz serena y firme llamó a los costaleros y seguidamente sonó el llamador. La Virgen de La O volvió a caminar. Aparté la mirada y busqué tus ojos verdes, verdes de esperanza. Los encontré empapados de lágrimas.…

    Casualmente aquel mismo capataz llevaría también más tarde esa otra devoción de dolor y gloria. Esa que sólo se diferencian en la edad de la misma mujer que representan. Aquella Virgen que también hubo de renacer de sus propias cenizas, y habita al otro lado del mismo río. Él se llamaba Rafael Ariza. Maestro del martillo. Ahora está en la Sevilla del cielo como los grandes sevillanos cuyas inmortales almas nos acompañarán siempre, más reales, más auténticas, más visibles incluso, que toda la sensitiva imitación con la que nosotros adornamos el mundo...

sumhis

2 comentarios:

Diego Romero dijo...

Su Nombre es como el brocal
de un aljibe muy profundo;
su Nombre es Hostia de Altar
y anillo de eternidad
para la pena del mundo.


Preciosa entrada. Enhorabuena.

Un abrazo.

JOSE ANTONIO GALLEGO dijo...

Hermano, que poco esfuerzo te costó inculcarle a ella, persona sensible y buena, el amor y la pasión por las cofradías. Y que elección tan certera tuvo ella con una cofradía familiar, cercana y humana como pocas. Mi modesto recuerdo a Rafael, referencia personal con la que crecí como cofrade y que siempre estará en mi recuerdo al lado del que habita en San Lorenzo.

Un beso grande para Carlitos y para esa persona buena y humana que un día se enamoró de la Virgen de la O.