viernes, 23 de marzo de 2012

Tú lo sabes

Tú sabes la oda que acerca el aire en el tramo final de la espera. Presientes las trenzas de agua que engreídas espejean hacia tu orilla derecha. Entiendes de albores y vísperas, de recuerdos y anhelos.  El silente himno de la primavera y de la esperanza. Tú sabes que poco falta… Conoces cuanto darían los días lejanos por cambiarse por estos. Y como verdea la blanca clámide de los suspiros, cuando las alondras disfrazadas –mentirosas- sobrevuelan la torre cobalto de Santa Ana.  Comprendes cuánto cuesta levar anclas. Y brillan las pupilas ahora que descansan sobre la cubierta… Porque te es imposible olvidar… Porque llega el momento… sabes de una Virgen vestida  de hebrea con manto verde y sin estrellas, de duendes de barro que le cantan, de dragones sobre terciopelo, de la expresión de sus ojos y de su cara morena.

Sé lo que sientes. Lo dice el celo con que custodias la exactitud de las horas, el trasiego imperturbable de los días de marzo. Lo dice el trío de la marcha de Albero o el inicio de “Soléa dame la mano”, lo dice el azahar que floreció en los naranjos amargos de la calle Betis, y lo dicen los versos de Carlos Herrera, los terciopelos planchados y las capas blancas, el puesto de calentitos junto al puente y la Capillita del Carmen. Pero sobre todo, y por encima de todo, lo dice el aire.

El tiempo, tan despreciado y tan enaltecido,  es algo que no vale más que el amor a sus detalles. Se fuga, nos atormenta, nos hace soñar, vuelve, nos acoge, nos engaña… escapa. Dulces redes de pesca, inocentemente inútiles, si no anida la claridad en el espíritu del pescador. Cómo pensar en la eternidad sobre la brisa de la nueva primavera de Triana, sobre sus tejados y su aroma… Sobre la fugacidad.

La esperas, pues, con la ternura arrastrada de la marea, y sin dudar que llegará; con nombre de mujer, con la acogida de una madre, con la infinita gracia de saberte hijo de Ella. Porque tú sabes que a sus plantas se arrodilla un barrio y porque sin Ella el resto de las horas sólo sirven para contar lo que falta en volver a verla sobre el puente. De madrugada. Presumes que la ansiedad es el precio. No desveles nada a nadie. Tú lo sabes. Conoces  la carita de bonanza con la que el amanecer  -de ayer, de hoy y de siempre- espera risueño a la Esperanza de Triana.

sumhis

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