lunes, 3 de mayo de 2004

A manera de réquiem

Cuentan las crónicas que cuando el historiador de la música Remo Giazotto halló el manuscrito del Adagio de Albinoni[1] no pudo dejar de imaginar el sonido de un órgano en su melodía y se lo añadió pensando que era pieza para ser oída en una Iglesia, o quién sabe si concibiéndola a manera de réquiem por las víctimas sin sentido de la Segunda Guerra Mundial. Sea como fuere, en muchas ocasiones la imaginación antecede vivencias propias o ajenas. Eso mismo vino al pensamiento cuando, recién acabada la misa de juramento de los hermanos que ya habían cumplido los catorce, comenzaban a sonar sus notas adornando el delicado silencio en el interior de la Parroquia de San Andrés. Las luces se habían apagado y el oficiante había dedicado el acto a las víctimas -también sin sentido- del pasado once de marzo. Los jóvenes que acababan de prometer fidelidad a sus Reglas hacían un bello pasillo de cera encendida que venía a reforzar la única luz proveniente del altar de insignias.
De pronto todos los ojos se posaron en el cuerpo del Maestro muerto, levantado en andas a los pies del altar sobre las cabezas de los presentes. Lentamente, entre incienso, se fue acercando a aquellas manos que le esperaban en el paso para ponerlo sobre la limpia sábana a los brazos de José de Arimatea y Nicodemo. Cual dulce simetría, pareció ir el Señor tan despacio como el Adagio. En la conciencia de todos el abatido y vivo recuerdo de sangre inocente derramada días atrás. Un instante en el suelo, fue separado de las andas y seguidamente su desnudo cuerpo izado, oscilante entre el absorto dolor de quienes le ofrecían una oración musitada, una mirada desabrida ante el desgarro, una palabra silente a modo de alivio. Su piel lívida reflejaba un supremo don de brillo como recordándonos su identidad, Cordero de Dios e Hijo del hombre, la misma carne que anduvo sobre el mar y que, luego, sería la primera en resucitar. Cada movimiento una llaga en el alma y cada una de sus llagas una saeta del órgano. Así fue trasladada la víctima al sepulcro hace dos milenios mal contados y así fue trasladada a su paso el Jueves de Pasión. En último plano, la Virgen de las Penas aguardaba casi sin aliento y con la misma resignación de entonces que se cumpliese el inevitable rito. Y se cumplió.
Fue el galileo la víctima de nosotros mismos sin sentido, de nuestros miedos y de nuestros olvidos. Aunque Él, eterna misericordia, le diese a todo su honda verdad, su propio significado, y ese no es otro que aquél que se encierra en las cuatro letras de la palabra Amor. Del Amor nació la Caridad. Y de la Caridad florece cada primavera una rosa roja a sus manos, para pasearse por Sevilla cada Lunes Santo.

sumhis







[1] El Adagio de Albinoni está basado en un fragmento de un manuscrito hallado tras la 2ª Guerra Mundial por el musicólogo italiano Remo Giazotto, que estaba completando la biografía y el listado de las obras del compositor. Con las apenas seis líneas de la melodía y la línea del bajo que quedaban en el manuscrito, Giazotto “reconstruyó” el Adagio, que era probablemente el movimiento lento de una Sonata a trío, y añadió también un órgano por parecerle que la pieza estaba pensada para ser tocada en una iglesia.
Publicado en http://www.elnazareno.info/ -Junio 2004

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