martes, 25 de noviembre de 2008

Antes que el sol te dé

Bienaventuradas las lágrimas de quien tras muchos años llevándote
ha de dejar tus trabajaderas. Yo las vi.
A Paco y Migue, costaleros del Señor





Antes que el sol te dé, Señor, un retablo vivo sobre el aire. Antes que el sol te dé, luz en la penumbra. Víctima a ciegas -de luz- en la noche del deicidio. Arroyo de gracia, bronce. Antes que el sol te dé; la luna no se despide. Apiádate Señor de los que formamos tu fila y de los que están fuera, y de los que están lejos. Señor de la Madrugada eterna y de los días blancos. La cruz de guía avanza. Estrecheces del alma y pisamos piedra de la ciudad llana, de un trozo de polvo en una mota en el espacio infinito. Dios sé misericordioso con los que te matamos. Desnuda ya la noche, -y desnuda la mañana[1]- antes que el sol te dé, bruma de esperanza y todo por ti.

La primera insignia de la cofradía tenía que ser de madera. Esa que talló Ruíz Gijón y que va llegando a la Plaza de los vencejos que esperan. Esa que, de niño nos contaron, regaló a la Hermandad por retrasarse en el encargo del paso que pisan los benditos pies del Señor, y que va adornada por los atributos de la pasión. Esa que estremece con sólo verla venir abriendo el cortejo seguida de una larga uve invertida de cirios apoyados sobre el esparto. Pero, aquí en la angostura sólo se oye tu ancha palabra de silencio. De silencio de confesión. De vida calma bajo ruán. Suena el golpe del diputado de canastilla y cae la cera sobre la calle que el cardenal mendigo pisaba descalzo y ahora lleva su nombre[2]. Y caen. Mientras, duermen. Otros no quieren dormir, pero los párpados pesan demasiado a estas horas. Quienes le quieren despertar, arrimados en las aceras, lo hacen con mimo, con tanto mimo que a nadie despiertan. Él ya pasó la Gavidia. Se adentra en la geografía de la devoción más honda e inherente. Debajo del paso hubo quien lloraba al ver su reflejo en los últimos escaparates sabiendo que pronto habría que esperar otro año[3]. Y quienes alcanzan a ver a Dios tras los respiraderos en las pupilas de los ojos que le miran. Viene por el principio de la calle, como Mesías por el túnel de nuestras convicciones más irrenunciables. Viene su cruz a redimir un mundo obsoleto. Una desarmonía gris. Pero aún no lo entendemos veinte siglos más tarde.

“Muéveme tu amor y en tal manera
que aunque no hubiera cielo yo te amara
y aunque no hubiera infierno te temiera”
[4]

Y vuelve a sonar el golpe de canastilla y todo un tramo alza sus llamas al cielo. Índigo que pasa a ser celeste no muy lejos de aquí, ya por el camino que apunta al Sol, y apunta a allí donde nació tu hermandad hace medio milenio[5]. Pisadas descalzas y cansadas. En la intimidad cada nazareno reza las últimas oraciones. Antes que el sol te dé tu paso se acerca después de estremecer el atrio de Santa Rosalía, desde donde te observan con el alma silentes sombras piadosas. Anfitrionas de Dios, que viven la oración y el luto del día más triste… y añoran.

Ya se oye, de lejos, el martillo. Cirios al cuadril. La cruz de guía llama ya a la puerta y los antifaces de los diputados, ahora, son de color tiniebla. Avanza el cortejo y la plaza enmudece, de la parrilla del Santo al Sardinero, del Juan de Mesa al azulejo del Trovador[6]. El cordero de Dios ya está vendido por la historia y avanza sin miedo. Zapatillas de esparto sobre granito con restos de cera. Rachear de siglos sobre un mundo a medida de los pecadores. Del que repta por el suelo pudiendo volar sobre el aire. De los que te perdemos en la espesura de la rutina y no sabemos seguirte. Queremos seguir la luz y la perdemos… y rezamos para que vuelvas. Zancada valiente sobre las arenas movedizas de nuestras conciencias. Para que vuelvas entre dos luces y nos muestres las múltiples fórmulas de rezar. Antiguos sonidos flotando en silencio[7]

Entra la estrella de Belén[8], portada entre varas de plata, la que siguieron los magos, y le suceden fantasmas oscuros que la han seguido toda la noche por las calles de la ciudad.

El Señor camina sobre su pueblo. Y así, desprotegido, va llegando al final de la calle sin fuerzas, pero adelante. En el centro, carne divina, cedro sagrado, le reciben cientos de anhelos y plegarias, como los papelitos o los claveles de todo el año a sus plantas, y recogiéndose los recibe, porque como dice el proverbio chino: todos los ríos van al mar, pero el mar no se desborda.

Y entre ellos, le acribillan las saetas, lanzadas al aire por extraños arqueros que paradójicamente sólo buscan alivio, como inverosímiles pescadores de cuentos de la Alhambra.[9]

Antes que el sol te dé, los pájaros querrán anticipar su canto para acompañarte en el final del camino. Otra vez, parece que vas a caer, en una nube de incienso, que fallan las fuerzas de tu Gran Poder. Y no. El hijo del carpintero es el Rey de los pobres cuando el primer rayo de sol parece venir por el telón de fondo de Conde de Barajas.

Se entiende en el amanecer que, desde las copas de esos árboles, de esos mismos árboles, bajara la inspiración que vertiera sobre las rimas del libro de los gorriones[10] nacidos de quien nació tan cerca.

Pero has de recogerte sin que la luz descubra tu transfigurado rostro, entre el relente y las cenizas que barnizan la aurora de la trágica mañana, porque sólo una noche sales y el pudor reclama oscuridad, negrura, luto. El resto del calendario estás donde debes y allí te apresuras cuando acaba la noche. A seguir su palabra. Nuestro Dios no es cosa de magias, nuestro Dios es el de las Bienaventuranzas, Él que está con los pobres, los marginados, los excluidos, los desheredados de la tierra. No queremos un Dios que mate la libertad, un Dios que nos maneje como juguetes de marionetas. Queremos ese desgraciado que acompaña al que pide, al enfermo, al abandonado, que acompaña…



“Toda la fe de mi vía está en tí
Te rezo como me enseñó mi mare
A vivir el evangelio y resistir
Las penas sin ofender a nadie
Todo lo mío para compartir
Que es ese tu poder tan grande”

Susurra en el aire inasible una saeta.

Por eso, hay quienes no creen en tu poder. Hay quienes confunden poder con el mal uso del mismo, poder con manipular. Nada más lejos. Hay quienes preguntan que dónde estás Tú en las desgracias y en las injusticias. La respuesta la dejaste clara hace dos mil años: con quienes la padecen.

Y llegas, lirio morao, a la puerta. ¡Queda tan lejos la ilusionante expectación del mediodía de ayer! ahora todo es agotamiento, pero también una alegría íntima de poder haber vuelto a cruzar contigo la ciudad y la noche. Bajo el antifaz nos acordamos de los nuestros. Y llegas, entre dos luces. A la hora de los despertares de todo el año, de las voces destempladas, de los recuerdos. De las viejas fotos sepias cuando se te ve entrando en la Parroquia pues aún no existía tu Basílica. De la memoria indeleble cuando nuestro padre nos aupaba para verte y, luego, dirigirnos a la calle Pescadores a esperar a los hermanos que lo habían acompañado toda la noche, en la fila, o bajo la trabajadera.

Ya está en la puerta y parece que la luz por fin nos va a mostrar el rostro de Dios en plenitud, pero no.




“Desde mi ronca garganta
Una oración suplicante
Señor de la Madrugada
Temblor de tierra anhelante
del viernes por la mañana”



Y por fin entras. Porque has de esperar que tu talón sea besado tantos viernes…. Se cierran las puertas. La plaza suspira…

Dentro su cara vuelve a verse entre tinieblas y con el resplandor amarillo de los faroles. Su piel, su talón, su carne, su espina bajo la ceja...

Es, entonces, cuando los costaleros salen llorosos y se abrazan entre una masa negra de cordones morados al cuello con cabezas despeinadas y desencajados rostros, cuando comprendemos lo que acaba de ocurrir:

Ese mismo ser lleno de humanidad, tan igual, tan nuestro, es el canon, el amor sin medida que contestó San Agustín cuando le preguntaron por la medida de éste. Es el Señor de los confines de la Tierra desde el Everest a las aguas del Mar Muerto, de las cumbres del Himalaya a los profundos fondos de los océanos que habitan peces ciegos. El que mora por los glaciares e icebergs del norte y entre las arenas cálidas del Kalahari o del Gobi, Señor del big ban y las galaxias extremas, el ser absoluto, piedra angular, llave maestra de la cosmología, ratio, motor aristotélico, el logos de Heráclito, ser summe perfectum de Descartes, causa –primera y última- kantiana, el Dios deseante y deseado de Juan Ramón, Creador, Rey de Reyes, Cantar de Cantares, Elías, Alfa y Omega. Tiene todo el poder y toda la grandeza, pero ésta la demuestra así. Humildad y amor, palabra y verdad. Y uno se pregunta si hay mayor grandeza que un Dios que elige nacer en un pesebre, entre animales. Un Dios que se crió pobre, en una familia de trabajadores, un Dios que vivió pobre, y que su única posesión se la rifaron sus verdugos. Un Dios, expuesto al contagio, que pasó hambre y sed en el desierto, que convivió con marginados, con enfermos, que pregonó hasta el final comprender al enemigo para perdonarlo, para amarlo, y que se humilló hasta morir sufriendo por compartir al máximo el dolor humano. Ese mismo Dios que en el interior de la Basílica, finalizada su estación penitencial, se muestra manso entre la escasa luz dorada del paso, y que, por todo ello, tiene la faz de un leproso, un Divino Leproso. Señor de Sevilla. Humilde vecino del barrio de San Lorenzo.


sumhis




[1] Canción del mítico grupo Triana. Jesús de la Rosa (1983).
[2] El Cardenal beatificado Marcelo Spínola y Maestre recibió tal apodo allá por el año 1905, cuando mendigaba descalzo durante el mes de agosto por las calles de Sevilla para pedir por las víctimas más pobres de la sequía sufrida en la ciudad.
[3] Antonio Flores Gil, costalero del Señor. In memoriam.
[4] Soneto anónimo a Jesús Crucificado. Siglo XVI.
[5] La Hermandad del Gran Poder fue fundada en 1431 en el Monasterio de Santo Domingo de Silos, actual Parroquia de San Benito, al este de la ciudad.
[6] El Trovador de Sevilla. Paco Palacios “El Pali”, al que el barrio de San Lorenzo por suscripción popular le dedicó un azulejo recordatorio colocado en esa Plaza.
[7] Homenaje al grupo El Último de la fila, concretamente a su canción Dios de la Lluvia
[8] Insignia de la Epifanía.
[9] En el capítulo “Habitantes de la Alhambra” del libro de Washington Irving habla de unos extraños pescadores que en vez de pescar peces pescaban pájaros con cañas encebadas con moscas.
[10]
El Libro de los gorriones es el primer título conocido de las Rimas de Gustavo Adolfo Becquer, nacido en la vecina c/Conde de Barajas.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Leer este artículo ha sido como revivir una cualquiera de esas madrugadas eternas que desde niño compartimos. Ha sido un maravilloso viaje introspectivo por los misteriosos entresijos de esa "noche de los tiempos". La noche del Señor. Nuestra noche.

Sumhis dijo...

Dices madrugada eterna y dices bien, es eterna por que vive en nosotros siempre. Y por eso resulta tan emocionante cualquiera de esos viajes introspectivos, a los que te refieres, con destino a los recuerdos. Tan malo es vivir sólo de recuerdos como vivir sin ellos.