martes, 16 de diciembre de 2008

Un recuerdo

Tengo en mi mente un recuerdo. Un recuerdo grabado como áncora de luz en abismo, un verde tesoro, una esmeralda pura sin tratar en el océano de la memoria de las vivencias cofrades. Eco de hondos yunques, de allí donde se fragua el sentimentalismo. Fue en 1995, cuando la Macarena salió en procesión extraordinaria para conmemorar el IV Centenario de la Hermandad.

Amanecer, murallas, poca gente, olor a nardos, revirá del palio y “Macarena” de Cebrián.


Telegráficamente viene a ser eso. Pero ese fragmento en código morse de emoción encierra tanto que necesitaría un mundo para explicarlo.

El día iba supliendo la noche con caras de cansancio en los que tanto la habíamos acompañado, y con él el relente. Se acercaba por una calle de las que vienen del Pumarejo, y sabía que ya me despediría allí de Ella, por lo que no quería olvidarme de nadie, no quería que me quedase nada sin decirle. Pero sin dejar de vivirlo. Como un eslabón de homenaje en el curso de mi macarenismo íntimo, que en mí vive siempre. Al llegar al final de la calle, frente por frente a la muralla, la Esperanza comenzó a revirar lentamente la esquina y la banda atacó esa marcha. Esa marcha que comienza sonando a melancólica noche cuaresmal de la infancia escuchando por la radio un programa de Semana Santa soñando con el olor del incienso y montajes de pasos, suena luego a calle Feria de ida, con la ilusión intacta y arropada la Virgen por la riada humana de su gente, que no la dejan Sola camino de la Campana, por ser muy joven para ir así de madrugada, y finaliza invocando una mañana de Viernes Santo esperándola entre aroma de calentitos, con los pies cansados, los ojos chispeantes y el cordón morado todavía sobre el cuello. Esperando obligatoriamente el rostro ojeroso de la Reina de la ciudad entre velas rizadas.

Me pregunté si lo estaría escuchando aquella que habita en la otra esquina de la muralla, si con la música se habría despertado en la madrugada azul de San Julián. El aroma de los nardos del paso a esa hora era una nube que impregnaba el lubricán hasta enturbiar el corazón; y entre todo lo visible, entre todo lo vivible esa cara de diecinueve años. Que como casi siempre me viene a recordar curiosamente a mi madre, madrileña, macarena. La miraba. La miraba y vi a Dios en Ella.

Este recuerdo aparece muchas veces en mis sueños. Se repite. A veces como una obsesión. Me viene en la noche y cuando no viene lo busco aún inconsciente. Lo busco como asidero del alma, como ancla de fe. Porque sé que es Ella. Porque sé que... cuando quieran medir la gracia preguntarán por ti, cuando quieran describir la belleza preguntarán por ti, cuando quieran vivir la esperanza preguntarán por ti…

De todos los momentos cofrades de mi vida guardados como reservas en la bodega de mi alma, no hay ninguno que me transmita más fe en el porvenir, más sosiego, más calma, no hay ninguno que brille con más esperanza que aquel amanecer de otoño, aquel alba de nardos y muralla, vivido hace años junto a la dulce niña de San Gil.
sumhis

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