domingo, 25 de octubre de 2009

Tuvo que ser Ella

«¿Dónde está la palabra, corazón, que embellezca de amor al mundo feo; que le dé para siempre —y sólo ya— fortaleza de niño y defensa de rosa?». Belleza, ese es el título del libro en donde Juan Ramón incluyó este brevísimo y gran poema[1]. Alma y madera, corazón y alas de la esencia andaluza. Dónde está la música de esa belleza dormida, melancólicamente dormida en la profundidad de nuestro karma, de nuestra custodia vital, cabría preguntarse.


Hay un trasfondo triste y romántico que acompaña nuestro ser durante toda la vida. Aflora en momentos de cima y también en la meseta de la rutina pesarosa de nuestro viaje, y se aparece como melodía. Unos compases de nostalgia que aleatoria o espontáneamente sorprenden, y periódicamente… allá por primavera, cada semana santa.


Entre el clamor y el silencio… Como aviso de que se va, de que se ha ido, de lo efímero que es todo… pasa la semana santa y vuelve, pero nosotros vamos pasando y no volvemos. Y ello nos deja un caprichoso encantamiento, que es duro de superar en cada Pascua de Resurrección, como definía con acierto Joseph Peyré[2]. Se trata de una melodía de aire, difícil de atrapar, de nombrar, de llevar al papel, y menos aún de encerrarla entre las cinco líneas y los cuatro espacios del pentagrama. Innata a las raíces profundas de Andalucía… de su historia…

No a la profunda Andalucía, que de forma peyorativa enuncian quienes nos desconocen… sino la que anida entre los versos del libro de los gorriones
[3], en la pena de mercurio de los poetas andalusíes desterrados, entre la pureza de la poesía desnuda[4], la que deja jirones de arte y sangre sobre la arena.


Seguramente sea banda sonora del último transbordo. Debió escucharla, debió sentirla todo andaluz que se va… Así, debió oírla Alberto Barraú cuando moría ahogado como otros en las aguas del Guadalquivir aquella madrugada del 8 de noviembre de 1896. Viajaba en un vaporcito, llamado Aznalfarache, hacia el corazón de Doñana, para ir de excursión con amigos por las inmediaciones de Sanlúcar, cuando por un error de maniobra aquel barco fue abordado por la proa del gran mercante Torre del Oro que se dirigía a Sevilla. Así pereció, desvelado en pleno sueño por las frías aguas del río, poco antes del amanecer.


Pensando en él, y en su muerte, su íntimo amigo Vicente Gómez Zarzuela lloró amargamente. Tanto, que resonó con tal fuerza en su mente aquella emocionante cadencia, que logró descifrar su fórmula, descubrir su auténtica naturaleza, y llevarla a una partitura para convertirla en marcha procesional. Como un ancla bien agarrado al lecho de la tragedia y la belleza. Un surrealista ansia de perennidad, permanentemente insatisfecho, de materia y espíritu, de sensaciones, de primavera perpetua, de congelar vivencias, de eternizarlas. Un loco anhelo sabiendo de lo imposible, asumiendo el contrasentido de que si se lograse el sueño ya no sería primavera, que en la fugacidad está su esencia.


No fue la inspiración la que la creara, fue su instinto descubridor el que en aquel dramático momento le convirtió en autor de la bellísima marcha. Es decir, no la creó de la nada, pues ya existía y él solamente la exploró en su intensidad completa, y dibujó su mapa. Entre los confines del dolor, gracias a su talento y a ese valle existencial que atravesaba, como suelen nacer, brotar las grandes obras, la belleza verdadera.


Y tenía que ser nombrada. Y la llamó Virgen del Valle. Tuvo que ser Ella. Dicen que, por todo lo contado, los compases finales parecen simular el sonido de un barco al alejarse... Ella posee el nombre exacto, la expresión exacta, los ojos exactos, sale a la hora exacta, en el vértice exacto de la gravedad del instante. Su mirada es tesoro de la tradición más solemne, un cofre secreto esconden la hondura de sus ojos, de la excelsa profundidad de su misterio. La Virgen que llora… la esencia del llanto[5]. Bajo estrechas bambalinas, cuando Sevilla está en su centro… como pesa el alma, el alma para algunos desapercibida… Tuvo que ser Ella la que pusiese nombre a la poesía hecha música, al dolor del pentagrama. Himno de la semana santa oculta.

Entre el devenir de las singladuras, a todos nos llega la hora del transbordo final… Mucho tiempo después, al propio compositor le llegó la suya. No pudo ser en mejor sitio. En Arcos de la Frontera, adonde se trasladó en 1940 –hijo predilecto-. En la peña taciturna desde donde se divisa el agua. En la villa que el nieto de Noé fundara en el corazón herido de Andalucía. Cuna de poetas, y de la ironía triste de Antonio Hernández
[6]. Fortaleza sentimental en las alturas de un infinito horizonte. ¡Cómo debió oír aquella música entre suspiros del viento que hacen temblar el paisaje enfilándose al reflejo propio sobre el mismísimo Guadalete o el pantano de Bornos!, ¡cómo la presentiría entre las estrechas callejuelas que van de San Pedro a Santa María!, ¡cómo la habría de escuchar arrodillado en la intimidad cercana de la Virgen de las Nieves…! Y cómo hubo de vivirla, con el sigilo de la prímula por nacer, cuando llegó ese último momento, el once de diciembre de 1956. Cuando la Reina del dolor le estaba esperando para acogerle al otro lado de la luz, con el himno íntimo como telón de fondo. Como la música de Satie a un París lluvioso[7], le transportaría su marcha a una Sevilla florecida.


Cuenta el también poeta y arcense, Antonio Murciano, que, cuando esto ocurrió, una tuna sevillana que venía de ronda por calles adyacentes, fue llamada al orden para que respetaran el velatorio y, al conocer el alcance de quien en aquella casa yacía, interpretaron con cariñosa torpeza esa música que nombra tantos sentimientos sin nombre porque no podemos encontrar las palabras para expresarlos… Esos sentimientos que solo la dignidad del supremo dolor, Ella, la Virgen del Valle agrupa en su propio ser… y por eso, allí mismo, sobre el alféizar más cercano al lecho de muerte de Vicente Gómez Zarzuela presenciaba la escena una vieja fotografía de Jueves Santo de la preciosa dolorosa de los ojos verdes.
sumhis

[1] Belleza, libro de poemas del Premio Nóbel de Móguer, Juan Ramón Jiménez (1923)
[2] Joseph Peyré, escritor francés (1892-1967) autor entre muchas otras obras de La Pasión según Sevilla, obra de culto para los cofrades de los años sesenta.
[3] Primer título de las Rimas de Gustavo Adolfo Bécquer.
[4] Estilo poético creado por Juan Ramón Jiménez, que tiene como característica principal la musicalidad sin rima.
[5] Como la llamó Antonio Rodríguez Buzón, escritor y poeta, pregonero de la Semana Santa de Sevilla de 1956.
[6] Escritor y poeta nacido en 1947, Arcos de la Frontera.
[7] Erik Satie, excéntrico compositor y pianista francés (1866-1925). Genio del dadaísmo.

4 comentarios:

ANTONIO SIERRA ESCOBAR dijo...

Tu lo has dicho y lo has escrito para que no se lo lleve el airesa música que nombra tantos sentimientos sin nombre porque no podernos encontrar las palabras para expresarlos". Es un deleite cada una de tus entrada y en este caso, sublime.

Unknown dijo...

Piensa, que los MEJORES, suelen tener pocos comentarios. Pero continua escribiendo con ese exquisito estilo. Tu amigo, El Zorro.

Diego Romero dijo...

Tu Valle es asidero
que encuentra el que traspasa
la puerta de tu Casa
de hermosa Anunciación,
y haya el hospedero
verdor de tu mirada
en la luz candilada
que radia tu dolor.

Tu Valle es un suspiro
que de tu llanto brota
y por el templo flota
tiñéndolo de paz,
que llena en su retiro
al que por un momento
ha buscado tu encuentro
a los pies de tu altar.

Tu Valle es escalera
que baja a nuestro encuentro
en el mágico tiempo
de luz primaveral,
y anuncia que la espera
del gozo ya se acaba
prendido en tu bajada
cual aura celestial.

Tu Valle es a Sevilla
plañir de Jueves Santo
y ocaso de quebranto
que busca tu perfil,
y en un mar de matillas
reflejará los celos
el violeta del cielo
postrándose ante ti.

P.D. Estoy de acuerdo en lo de los comentarios: la cantidad nunca tiene que ver con la calidad de la entrada. Incluso hay veces que dos, son solamente uno.

Sumhis dijo...

Gracias por los comentarios, especialmente a tí Diego, por el hermoso poema. Un abrazo.